2.9.14

Pochutla: el peregrinar de una canción

La obra de Don Luis Martínez Hinojosa gravita esas madrugadas del terruño que López Velarde consigna en su poema insignia La Suave Patria. El color provinciano, la sabiduría proverbial de nuestros ancestros, viven en esos textos memorables que don Luis ha vaciado en su poesía y en su canto vigoroso y único. Sin duda alguna, Don Luis fue madurando la calidad de su poesía con un ejercicio constante de lectura y escritura, apropiándose de un conocimiento sólido y diverso para alimentar la materia sensible de su verbo pundonoroso y solemne. Es tan vasta su obra, que resulta un poco arriesgado el querer abordar la totalidad de ella, por lo que haremos referencia, en un primer momento, a la Canción de Pochutla y, posteriormente, a algunos de sus poemas y canciones más populares y celebradas. “Para cortar a la epopeya un gajo”, hago referencia a una canción extraterritorial con respecto a la Región de dónde es oriundo Don Luis Martínez Hinojosa. “Me invitaron a Pochutla para conocer sus flores” empieza Don Luis a pretextar su elogio a una región rica en matices de milagrería, a una Villa que concentra toda la actividad comercial del área Este de la Costa Oaxaqueña. A invitación de personas honorables de Pochutla, Don Luis hizo el largo recorrido desde la Región del Istmo hasta la Región de la Costa, pasando por la los Valles Centrales, como se acostumbraba antes, por no encontrarse todavía en servicio la carretera costera que comunica a Salina Cruz con esta área de la Costa Oaxaqueña. Un trayecto de poco más de 12 horas, sobre un tramo de terracería accidentado y peligroso, el que cruzaba la Sierra Sur, desde Miahuatlán hasta las proximidades del litoral del Pacífico. No obstante los riesgos del viaje, Don Luis encontró un panorama subyugante al atravesar la Sierra Sur, un mundo de sensaciones se abrieron ante sus ojos al percibir el aroma de esa floresta tamizada por las altas copas de los oyameles y los pinares, que proyectan sus conos arbóreos hacia las nubes, entre la fresca caricia de la niebla. La proeza de aquel panorama alentador y la cordialidad de quienes lo invitaron a traernos su arte fino, impactó el alma sensible de nuestro trovador quien, seguramente desde esos altos miradores, empezó a acrisolar el material poético que dio lugar a una canción legendaria e irremplazable: La canción de Pochutla. A la altura del Portillo del Rayo, como al trasponer el umbral de un templo enorme, se abre a los ojos del viajero el panorama exuberante y llamativo de la Costa Oaxaqueña, el aroma inconfundible que derrama está selva casi perenne, la tibia caricia del aire marino y la sensación de ir bajando de un lugar muy próximo al cielo, provocan en el ánimo el deseo de celebrar tanta magnificencia. Presa de ese estado de gracia, Don Luis Martínez Hinojosa hilvanó el hilo de una canción sobre la, un tanto melancólica, textura de la tonalidad menor; canto que recoge en delicados versos las impresiones del poeta en el transcurso del viaje que lo trajo a este territorio de enhiestos cafetales alentados por la caricia de la brisa marina en su afán de prodigarnos el estímulo de una bebida que mucho tiene de magia y de conjuro. Desde esas alturas emblemáticas, a la manera de Dante y Virgilio, Don Luis Martínez Hinojosa es interrogado Por el Apóstol San Pedro respecto a su destino y misión, él refiere que viene a Pochutla a cultivar y a cortar una flor para llevarla a su tierra de origen; el símbolo de la flor está referido a la belleza de nuestras mujeres costeñas, pero también es una flor de amistad cuyo cultivo es propicio en el alma de los seres sensible que, como Don Luis, no escatiman esfuerzo ni tiempo para darse a plenitud en el producto fraterno de su arte. Esa flor es también una canción intemporal que hace honor a la cualidad imperecedera de la nobleza humana. Después de una introducción melódica ya característica, Don Luis empieza el canto con su hermosa voz de barítono, sobre el despliegue armónico de la tonalidad de La menor, a ritmo de un son costeño guiado por la base rítmica vivaz del compás de seis por ocho. El encomio a Pochutla se escucha como no se podrá oír en otras interpretaciones, porque ahí habla un corazón motivado por la poesía que nuestra comarca desplegó ante sus ojos. Después de las primeras coplas y el estribillo, el tema abre un puente melódico, para dar paso a otras dos coplas bastante emotivas; con la primera Don Luis saluda a Puerto Ángel, un lugar legendario que posibilitó los embarques de café durante el auge de este hasta mediados del siglo XX; nuestro trovador, enamorado del mar, no podía haber dejado fuera una alusión a la cercanía de este, a su brisa alentadora que seguramente disfrutó en su estancia por estas tierras. La última copla es de una profundidad tal que es inevitable no sentir su peso en todo el desarrollo del canto; habla de la muerte ritual, en este caso del deceso de la flor, ¿será que, en la conciencia del autor, estaba ya la idea de que todo lo que habrá de perdurar primero tiene que morir? ni dudarlo, Don Luis fue un hombre de fe y de principios, y su sabiduría delineó, en este tema, la noción de la durabilidad de lo entrañable, a pesar de la muerte. Se agotó la espera en los tiempos de la flor, pero murió para legarnos un tiempo y un espacio ya invulnerables. Gratitud mueve a gratitud, y los pochutlecos de buena cuna debemos honrar la memoria de un hombre al que no le importó viajar de un extremo a otro de nuestro estado, en un itinerario atractivo por el paisaje, pero riesgoso por las condiciones del camino, para traernos como presente a una canción de inimitable manufactura. Él llegó, con su guitarra bohemia, a estos lugares, no a buscar fama ni fortuna, sino a compartirse con nosotros en esa experiencia que es alimento del alma, su poesía que exalta el mérito de nuestras tradiciones, y su música, de honda raíz festiva.

24.4.14

Mea culpa

Yo también fui asiduo lector del Libro vaquero y La novela policíaca; cada lunes estuve al pendiente en el puesto de revistas para ser de los primeros en llevarme esas publicaciones y darles fin en el tiempo casi record de pocos minutos. Más antes, mis urgencias de ilustración se reducían a leer Zor y los invencibles, Hermelinda linda y Capulinita; cómo verán, no están tratando con alguien que sólo haya recorrido páginas inmaculadas de obras eminentemente literarias. Kalimán y Arandú para los primeros años y esa fotonovela trucada con recursos muy elementales que se llamó El charrito de oro, a la par que Lágrimas y risas y otros engrapados de amor. Obvié a Corín Tellado, pero no pude abrirme a Keith Luger, Silver Kane y Marcial Lafuente Estefanía, en mi primer viaje interoceánico, saliendo de una turbonada, intercambié un cartón de estos menudos libros por dos meros gigantes, con unos cubanos en las cercanías de su litoral isleño. Disculpando la anécdota, puedo enumerar otras tantas milagrerías de mis prolegómenos lectoriles, pero el tiempo apremia y ya se me requiere, aquí al lado, para cosas importantes como es ir por la tortilla para compartir un almuerzo con unos distinguidos visitantes. Pendiente con lo demás, les dejo un abrazo. Recuperando el dictado de mi conciencia, confieso ante ustedes que mis primeras revistas ni siquiera las compré; mi biblioteca iniciática, o que diga revisteca, fue un tenderete bajo los nogales sombrosos de San Pedro; un tostón por lectura y hasta le daba yo su repaso a los kalimanes y arandúes anteriores, fincando así mi propensión a releer lo que me gusta de más. Después de la máscara de Blue Demon, las revistas fueron mi más apreciada afición, me aplicaba yo en ellas con el tiempo sólo regulado por el horario de clase y los encargos domésticos. En Puerto Ángel que yo recuerde no había la misma ventaja; aquí el mago de las revistas era Canelo, que hacía el recorrido desde Pochutla para traernos el cajón mágico de la revistería; fueron los mismos títulos, más para él revestía una importancia toral vigilar la secuencia numérica de cada historieta; el caso es que, cuando alguna de las esperadas no llegaba, lo anunciaba con una arruga en el entrecejo y como excusándose por aquella omisión que finalmente no era culpa de él. Aquí trajina mi memoria el recuerdo de Tomasita, matriarca de una familia que me dio refugio por una larga temporada. Ella siempre se tomaba el cuidado de recoger y guardar toda clase de papel impreso: volante, revista y uno que otro diccionario que ella, por supuesto, no podía leer; a todos sin discriminar les llamaba libros, y nos reconvenía con dulce acritud, porque los libros son una cosa muy sería e importante. En ninguna obra literaria he encontrado la ternura vehemente de Tomasita y su escolástica por el tesoro de las letras. Durante mi estancia en Tehuantepec llegaron a mis manos los primeros libros formales; se los declaro: Juan Salvador Gaviota y El vendedor más grande del mundo; por fortuna, también El viaje de Nils Holguerson a través de Suecia, El lobo estepario, las sagas de Verne y Salgari, y a seguir el rumbo por todas las posibilidades de la lectura, sin escatimar estipendios, formas y demás arrugas en el prejuicio por lo que es bueno y no es bueno leer.

27.5.13

Del altivo trovador al humilde cancionero

En honra de Hebert Rasgado El origen de La trova se remonta a tiempos ignotos, aventuro que a aquellos en los que un rapsoda prístino se adjudicó la encomienda de sortear rías y montañas, desandando caminos aventureros, para compartir las novedades de su entornó y más allá. Del canto cortesano y galante de los trovadores provenzales, a l abigarrado y multifacético jornal de los juglares en la edad media, se fue perfilando la trova, confrontando y aliando con el arte popular sus pulsaciones líricas y sus galas épicas. Y llegó el renacimiento con sus prendas de atavío diverso, desde la culta polifonía hasta la música popular y festiva. Gaitas, vihuelas, sacabuches y arpas, pintaron con música los aires del renacimiento. De manera particular, en España, la cultura árabe había dejado impresos sus cantes y fandangos en los ritmos e instrumentos que emigraron a América, este territorio nuestro que veía ocultarse el sol de Quetzalcóatl, y nacer el resplandeciente sol de una cultura asimilada a otra en los devenires de la historia del mundo. Pero el trovador y el juglar no abandonaron el barco del tiempo y se mantuvieron pulsando los acordes líricos y épicos de sus respectivas encomiendas. Recordemos al apuesto Gutierre de Cetina, muerto en lides de amores, en tierras mexicanas, por unos ojos claros y serenos que sólo así dejaron de verlo airados. Y a decenas de troveros populares no consignados por historia alguna, pero si notificados en los archivos de la Inquisición por su incitación a la rebeldía y a la procacidad. Pero no sólo fue recibir y asimilar, también fue emigrar y compartir, de ahí que se habla del probable origen novohispano de la chacona y la zarabanda, en esta última es notoria la exaltación negra del ritmo. Así en la integración de la música popular que a la postre detonó la vigencia de una tradición cultural con características propias, participaron indígenas, negros y españoles, sin regateos de patrimonio u origen. Referirnos a la Trova, es hacer mención de dos elementos naturales en su conformación; por un lado la canción, como aliento de su forma más preciosista y poética; por otro lado, el son que es música para acompañar el baile, con sus partes vocales definidas por décimas o coplas; aunque pudiera haber momentos de intercambio, o formas fronterizas entre ambas tendencias expresivas, verbi gracia la habanera y el danzón, el vals, el bolero y los bambucos. La trova contemporánea, entonces, no es ajena a los payadores y copleros, bohemios y trashumantes, que recorren la legua guitarra en mano, para hacer las delicias de la gente común, en veladas, reuniones y festejos; amén de quienes por la naturaleza de su propuesta lo realizan en recitales y presentaciones con un criterio más que justificado. Suele, actualmente, denominarse el fenómeno de la trova de acuerdo al ambiente dónde se desarrolla, por lo cual, puede ser urbana o rural, o como se les designa en Cuba, de acuerdo a este mismo aspecto a los que la practican: guajiricantores o poblanicantores. Trova, nueva canción y canción de autor, son tentativas por enriquecer los contenidos y formas expresivas de la canción popular; en este desempeño, ocupa también un rango importante la canción testimonial, que acompañó las manifestaciones y movimientos sociales de las décadas de los sesenta y setenta; en la lengua y las manos de Víctor Jara, quedo inscrito el testimonio de lo importante que es contar con una voz comprometida con el destino humano en la búsqueda de territorios de igualdad y justicia. Sin lugar a dudas, en nuestro ámbito, la trova cumple una función social; desde la greda humilde de los ranchos, hasta los palcos y lunetas de teatros y auditorios; reconforta al doliente, anima al festivo; aproxima, comedida, a quienes buscan una oportunidad para conocerse y amarse; por eso alguien refiere con toda naturalidad, “me le declaré a tu madre con tal canción”, o “fue gracias a Manzanero que tu voto cuenta en la mesa familiar”. Por otro lado, el papel que han jugado los trovadores en la conformación de la identidad latinoamericana, es de importancia toral, ya lo menciona Fernández Retamar en su ensayo cardinal intitulado “Caliban”, en alusión al esclavo de la Tempestad de Shakespeare que para derrotar a su amo Próspero, se apropia de su lengua para cantar su primer himno de libertad. Por fortuna hay pueblos que se mantienen en resistencia cantando en su lengua originaria; sólo para ilustrar el ejemplo hago mención de dos en México, los zapotecos y los purépechas. Por un conocimiento más cercano del fenómeno, me honro en mencionar a tres trovadores zapotecos, que cantaron a la vida y al amor con una profunda emoción, a veces arrasada por las lágrimas del mar de la existencia, sus nombres: Taquiu Nigui, Rey Baxa y Juan Stubi. El proceso histórico-cultural en el Estado de Oaxaca, produjo a dos trovadores inefables, cancioneros de un pueblo que les ha dado el reconocimiento ganado con creces a partir de un aporte que tiene profundos significados de identidad; sus nombres, Jesús Rasgado y Álvaro Carrillo; Los dos, afro-descendientes, del Istmo y la Costa, respectivamente. Jesús Rasgado, conocido familiarmente como Chú, acometió un trabajo de instrucción y formación musical en los pueblos de la Sierra Norte y el Istmo; también incursionó en la Costa, a donde trajo por vía marítima la primera marimba que sonó en algún solar provinciano de la Villa de Pochutla. Pero una bien lograda fama y prestigio le han retribuido, desafortunadamente después de muerto, sus canciones, casi blasones testimoniales, Naila, La vida es un momento y El penúltimo beso, al lado de otras no menos hermosas y entrañables. De Álvaro Carrillo hay tanto que decir que estas escasas líneas solo buscan alentar el ánimo para ir en su busca a través de referencias documentales o de su obra, donde asoma el corazón de un hombre dotado para el humanismo como pocas veces se ha visto. Usted tome cualquier canción de Carrillo y encontrará pepitas de oro y madreperlas sonriendo la bondad de un arte esencial y único. Álvaro Carrillo el ave que, de paso, nos dejó su trino ardiendo en la pasión de una noche bohemia a la orilla del mar, con la luna bogando las rutas del espacio con todo su esplendor. Sin que se marquen diferencias entre las menciones que se expresan a continuación, podemos hablar de una pléyade de trovadores de origen y contenido diverso, sólo para, en otra tentativa, dar referencia sobre la característica de su trabajo y el tamaño de su acervo. Más o menos en orden cronológico hacemos cita de los siguientes: Álvaro Carrillo, Jesús Rasgado, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Pepe Guizar, Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín, Agustín Lara, Indalecio Ramírez, León Chávez Texeiro, Atahualpa Yupanqui, Chabuca Granda, Simón Díaz, Víctor Jara, Violeta Parra, Juan Vicente Torrealba, Crescencio Salcedo, Rafael Escalona, Rafael Otero, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Francisco Repilado, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel San José, Luis Eduardo Aute, Víctor Heredia, Alfredo Zitarroza, y otros tantos que olvida la memoria, pero jamás el corazón.

13.1.13

Aguachata

Nunca sabremos de que luna bajó "Aguachata", con su muñeco viejo y su perol desportillado. Caminaba las calles de Tehua, sin prisa, como si fuera dueña de un tiempo sin memoria. "¿Que haces, tú?", me pregunta con un dejo de curiosidad, "¿Qué tiene tu carro, tú?" Le duele la muela, respondo; "pendejo, llévalo al dentista" exclama, como anticipando la respuesta. Un reloj descompuesto movía la rutina de Aguachata; por eso, la dirección y la hora de su llegada eran impredecibles; más en la vieja vitrina permanecía constante una jarra de arroz molido con canela, que era el festín de su preferencia, así como un pan o una tortilla con frijoles y queso. Nadie sabe a que edad se le quebró el entendimiento, para muchos tal vez su figura peculiar siempre fue una sombra intrascendente, un registro anodino en el espacio de la prisa y las urgencias. Pero hoy llega a mi mente, con otros recuerdos, la memoria de un ser que vivió ( o vive) sin la aprehensión de las formalidades y las obligaciones; ¿qué se le podía pedir que no fuera la mano para el taco o el perol para la horchata? tal vez estas acciones para ella tenían un significado distinto; tal vez, en su extravío, la gratitud modificaba un poco su vida sin esperanza, y le daba un sesgo a la virtud de los seres que no entendemos la cordura más que de una sola manera. En fin, Aguachata, ahora no es a mi carro o a mí a quienes nos duele la muela, es al tiempo y a la vida, y no hay mecánico o dentista que lo pueda remediar.

20.5.12

Sobre gobiernos, plátanos y conjuntos vacíos

Eran las tres de la mañana del lunes 5 de julio del 2010 y, como correspondía a mi función de representante general de la coalición de partidos anti-pri, anduve afanosamente reuniendo las actas de mi sección electoral, después de haber asistido a una comunidad enclavada en la baja Sierra Sur, distante de la mía como tres horas. Los resultados preliminares le daban ya el triunfo a un señor de nombre Gabino y apellido Cue que, no por mera coincidencia, era también mi candidato; y lo fue en el 2004, y lo fue en el 2006, cuando ascendió a Senador de la República. No hay rectificaciones ni arrepentimientos finalmente, más allá de las personas, nos movió el interés de buscar para Oaxaca mejores expectativas, en lo político, social y educativo. No quiero pecar de ingenuo si confieso que, allá en los altos de la cordillera, donde los amigos dicen que me la pasé todo el día comiendo puro plátano perón, tuve la esperanza de que ahora las cosas podrían ser más halagüeñas en la relación de los maestros con el gobierno del estado y de manera particular con el Gobernador; incluso la gran posibilidad de recesar las movilizaciones, merced a la certeza de un diálogo permanente y constructivo; pero está visto que no fue ni será así, tomando en cuenta las motivaciones que orientan la decisión política del titular del ejecutivo estatal. No es difícil reconocer estas motivaciones echándole un ojo a su gabinete; el Señor Gabino no asumió compromisos con el pueblo que lo eligió, incluyendo en su equipo a oaxaqueños de valía, que los hay y en cantidad suficiente; de manera particular en el IEEPO, dónde no sólo se debe administrar la Educación Pública en Oaxaca, sino, de forma categórica se debe estar construyendo un gran proyecto educativo acorde a las necesidades y expectativas de nuestra comunidad, no lo hizo. Allí también como en los demás espacios, pagó lo que él consideró una deuda política con la élite que detenta el poder económico de la entidad, sin descartar a emisarios del pasado y priistas decimonónicos. A estas alturas, aunque no le rindan resultados, los sostiene empecinadamente, por la especie sostenida en esta reflexión. Con el atisbo de confianza que ya les he comentado, me di a la tarea de plantear las necesidades de la escuela bajo mi responsabilidad; se pueden catalogar en los siguientes aspectos: Rehabilitación de la Malla Perimetral, Impermeabilización de Techumbres, Reparación de la Red Eléctrica y Dotación de Equipos de Cómputo. Quiero señalar que esta Escuela, la Técnica No. 52 de Puerto Ángel, fue despojada en 1992 de su antiguo edificio donde funcionaba con servicios de internado, por Heladio Ramírez López, para “economizar” el establecimiento de lo que hoy es la UMAR. El problema es que a la Secundaria la construyeron en un área de deslaves, a merced de los sismos y huracanes. A ese respecto se ha informado, oportunamente a las autoridades municipales y del IEEPO. Con el candil de la conciencia y el compromiso, fui a pedir la intervención del titular de Planeación en el IEEPO, porque conozco desde hace años la rutina itinerante que hay que recorrer en las subdirecciones para que, al final, la solución a lo planteado sea un espacio vacío inserto en otro de la misma índole. Ni me peló, así de gráfico, me regresé del mundanal ruido y ahí debe seguir el planteamiento en espera de la siguiente cruzada o revolución industrial. Consigno esto porque, precisamente en mayo, vienen las descalificaciones y los vituperios en contra de los maestros oaxaqueños. Qué si revoltosos, qué si flojos, ignorantes y más etcéteras. Cué, si en algo nos estimara como dice, desde el principio hubiera consultado y diseñado una estrategia para favorecer la situación de la educación en Oaxaca, con políticas claras y comprometidas, de cara al pueblo que lo eligió. Ahora el nudo está hecho y se necesitan dos pares de manos para deshacerlo, más voluntad y certidumbre política. ¿O es que vamos en el mismo barco, pero remando en sentidos dispares? ¿Con un planteamiento rotundo y consistente no podríamos alejar de la entidad al fantasma ominoso de la ACE, preludio inequívoco, al desmantelamiento de nuestra preciada educación pública, ejemplar e histórica? ¿Quién lo va a esclarecer? ¿Los insolubles responsables del IEEPO? ¿La Dirigencia Seccional que bien sabe firmar anexos técnicos y galimatías? ¿Tendré que subir de nuevo a los altos de la Sierra Sur, para invocar los espíritus de Vasconcelos, Bradomín y Basilio Rojas, en la tentativa de recobrar la esperanza y rescatar la confianza que se esfuma?

2.12.11

La oscuridad que brilla

Se dirá dentro de un siglo, aproximadamente, “Fue hace aproximadamente un siglo que unos filósofos, costeños y rústicos, empezaron a dar forma a un paradigma hasta ese entonces inédito: los supuestos teórico-pragmáticos del Poliamor”. Pero fueron de manera más puntual Colón y Noyola, los sesudos analistas que pusieron sobre los podios del debate la especie del derrumbe de dos entelequias sobadas y constreñidas por la realidad fantástica y su equivalente la fantasía real, la poligamia y la poliandria que, como esferitas de navidad, estallaron en astillas innumerables por efecto de la fuerza del poliamor. Ejemplos de inmediata interpretación son, verbigracia, cuando dos o más mecánicos reparan un mismo carro, o cuando cinco individuos participan en un encuentro deportivo, pueden ser hasta más, seis u once; un fin común resuelto por la pujanza y el pundonor de un equipo monodisciplinario. Así de simple es el poliamor, que no amerita clasificación o nomenclatura, porque es, llanamente, amor polivalente. Pasados los tiempos del amor episcopal, prescrito por la Santa Inquisición y la Sumaria del Buen Samaritano, la humanidad volvió a su pulso frecuente del amor sin inhibiciones; claro está que, en antes, ya se practicaban estos menesteres y eran siempre de dominio público, aunque los causantes negaran con obstinación tal evidencia, o se empeñaran en defender como asunto privado algo ya del dominio común (Colon y Noyola 2011). Los fundamentos del Poliamor, vinieron a acabar con el colonialismo sexual, y pusieron en boga la simetría perfecta de las relaciones interpersonales. En estos tiempos ya nadie se da golpes de pecho, nadie se ofende e, incluso, el Monoamor cabe en la esfera tolerante y flexible del concepto que es objeto de nuestro estudio. Martajadas todas las inhibiciones, lejanos ya los tiempos del tomo del Doctor Ellis, que libraba de remordimientos a aquellos con una ternera o un torete en su haber, casi disuelto en la lejanía del pasado más pasado El Kamasutra propuesto por Vasyayana, los nuevos augurios quedaron sólidamente cristalizados en la Teoría, a estas alturas ya clásica, del Poliamor. En esta época poliamorosa, todo mundo empezó a amar a todo mundo y los solios del sermón se fueron quedando vacios, los afectos humanos coparon la faz del mundo, como lo hacen ciertas plantas sobre las macetas donde las cultivan; obviamente, alguien dio cuenta del último chantre que cantó su loa postrera en un cubículo perdido, allá en la vasta estepa siberiana; imaginen entonces a toda la gente unida por un solo lazo de acendrado afecto y a los hombre, si fuera el caso, presentando a su familia diciendo “Les presento al equipo poliamoroso dónde afortunadamente estoy considerado” y así si se tratara, también, de una mujer con varios hombres como equipo. Los humanos tan dados a patrimonializar todo, incluyendo los sueños y la música, perdieron esa abyecta manía, ganado terreno la libertad de decidir el cómo y el cuanto. Siendo la celotipia la forma de depresión más frecuente y punto de partida de las demás, la industria farmacéutica perdió razón de ser, porque la era de los medicamentos ha pasado a mejor vida, toda vez que ni las aspirinas ni los antibióticos hacen falta dónde los humanos nos queremos una barbaridad. En cumplimiento a lo expresado, larga vida a Colón y Noyola, exégetas y proponentes del Poliamor. Dicho se ha.

4.8.11

Puerto Ángel en la historia (Apuntes monográficos)

La historia de Puerto Ángel es la historia de los asentamientos costeros que, desde antes de la conquista, permitían el intercambio comercial y cultural entre las naciones Mesoamericanas. Acapulco, Santa Cruz Huatulco y algunos enclaves del Soconusco, además de Puerto Ángel, fueron territorios de resguardo en las largas travesías que emprendieron nuestros antepasados indígenas, en pos de del oro, el ámbar, la plumería exótica, productos alimenticios y de herbolaria. Así se expandió la Nación Azteca que, a la llegada de los españoles, tenían el control y dominio de estas costas de la Gran Mar del Sur llamado, al final, Océano Pacífico. Testimonian la raíz de esta historia, los nombres de nuestros pueblos, los vestigios materiales visibles como corrales de piedra (fuertes), atalayas y rutas guardadas en la memoria ancestral de nuestros abuelos y, sobre todo, la impronta marcada en nuestros rasgos fisonómicos y en la lengua con que expresamos pensamientos, emociones y convicciones.
Los primeros pobladores del área costera del Distrito de Pochutla fueron zapotecas; se establecieron, hace aproximadamente dos mil años, en la ribera que va desde la bocabarra de Copalita hasta la de Colotepec, consolidando asentamientos humanos importantes en Huatulco, Puerto Ángel, Zipolite (probable centro ceremonial) y los Bajos de Tonameca. Estos primeros pobladores fueron desplazados hacia las laderas de la Sierra Sur, primero por los Nahoas y después por el fenómeno de la Conquista, que vino a acelerar la migración interna de los pueblos originarios de nuestra entidad, hacia el centro de la misma. Las guerras emancipadoras, obraron en sentido contrario; desde la Independencia hasta la Revolución Soberanista, el flujo de migrantes se verificó del Centro hacia las regiones periféricas, entre ellas la Costa.
A principios del siglo XX, se registraron reacomodos en los asentamientos costeros, confluyendo flujos de migración del Valle y la Sierra Sur, La Costa Negra y, en menor medida, del Istmo de Tehuantepec. Es discutible expresar hasta donde el mestizaje borró los sustratos de la identidad indígena y negra, si nuestro lenguaje, gastronomía, toponimia, formas de organización familiar y laboral, y en el caso de los pueblos costeños, los métodos y las artes de pesca, tienen que ver con esto, hablando de los señuelos de madera y hueso, arpones y chacalmatas y embarcaciones de poco calado. El re poblamiento de Puerto Ángel se verifico, gradualmente, a partir de esos primeros años y se consolidó en la década de los cuarenta con el auge del café y, posteriormente, en los setenta con la pesca de la tortuga y el ejercicio de una actividad turística incipiente. Tal crecimiento demográfico se sigue dando, con el establecimiento de escuelas de nivel medio superior y superior y el avance lento pero sostenido del turismo.
Hasta principios de los años veinte, con una población relativamente escasa, Puerto Ángel subsistió teniendo como actividad principal la pesca para el autoconsumo y comercio local. Se realizaba en canoas de una sola pieza construidas por los mismos pescadores con trozos descomunales de parota que, al irse desbastando, le daban la forma exterior e interior a estas embarcaciones; la propulsión era con remos, tallados en macuil, una especie de roble tropical. Los remos, regularmente eran dos, uno accionado en la popa, que a la vez cumplía las funciones de timón; el otro, montado sobre un tolete en el costado de babor, impulsado con vigor por un boga sentado de espaldas a la proa. Las líneas de pesca de fondo y superficie eran sencillas y la captura estaba constituida por huachinangos, jureles, agujones, cocineros; atrayendo a estas especies con hachones de ocote encendidos. A la vez, se practicaba el buceo cerca de las peñas, para completar la dieta a base de pescados y mariscos. Todavía por estas fechas los moradores de Puerto Ángel, combinaban la actividad de la pesca, con la siembra de maíz, calabaza y otras legumbres en las colinas circundantes, en épocas de temporal y auxiliados por coas y azadones.
La construcción de un muelle de madera en 1937 rehabilitado en 1952, y otro de concreto en 1955 reconstruido en 1997, tuvo por objeto facilitar el comercio del café, que marcó un período de bonanza en la vida de Puerto Ángel. Incentivado por inversionistas extranjeros y nacionales, el café colmó las laderas de la Sierra Sur, desde finales de los años veinte, hasta las postrimerías de los años cincuenta. Arreadas y más arreadas de mulas llenaron el muelle y hasta la playa de la zona de embarque con quintales del grano que llegó a ser llamado “oro vegetal”, por la importancia que representó en el comercio internacional, dónde Puerto Ángel jugó un papel destacado. Hasta el muelle sólo llegaban embarcaciones de mediano calado y, para abastecer las de gran calado, se utilizaban unos lanchones de madera con motor estacionario que hacían el trayecto de ida y vuelta más allá de la bocana del Puerto.
A principios de los sesenta, el comercio del café llegó a su fin. Inicia el despegue de la actividad pesquera que, gradualmente, se va consolidando con la captura y comercialización de la tortuga y el tiburón. Para estas fechas, ya se habían introducido una buena cantidad de embarcaciones del tipo “Sena” (la primera en 1965 aproximadamente) con motor fuera de borda, así se intensificó la pesca del barrilete y el atún. El uso del curricán se volvió un recurso muy característico de Puerto Ángel; nos estamos refiriendo a un accesorio de hueso, madera o metal, que funciona como señuelo para algunas especies de superficie como el dorado, la sierra, el barrilete y el atún; tiene forma de cuchara alargada en donde se fija un anzuelo de tamaño adecuado, arrastrada con una cuerda de aproximadamente diez brazas de longitud. Este tipo de pesca permitió, entre otras cosas, la elaboración abundante de dos platillos muy nuestros, el escabeche y el ceviche.
La siguiente década, los años setenta, inicia con la captura e industrialización de la tortuga y, al final, la de tiburón, con la incorporación de redes agalleras y cimbras o palangres. Para estas fechas ya se encuentra establecida en la comunidad una planta procesadora de productos pesqueros y constituidas las cooperativas de pesca ribereña “Puerto Ángel” “Reforma Portuaria” y “Coyula” entre otras. También, en 1972, se establece la Escuela Técnica Pesquera, con una oferta de servicios de internado para adolescentes de la Comunidad y de otras, incluso muy distantes. Cabe mencionar aquí, que la Cooperativa Puerto Ángel, con barcos propios y arrendados, incursionó en la pesca del camarón, para lo que tuvieron que establecer una oficina en Salina Cruz con el propósito de coordinar a los pescadores que viajaban hasta allá a desempeñarse como patrones de pesca, motoristas, cocineros y marineros.
En los siguientes años, la pesca constituyó la actividad productiva principal para los moradores de Puerto Ángel, pero se le fue sumando la de prestación de servicios turísticos, con la aparición de hoteles y restaurantes que, hay que señalarlo, sin la contribución de la actividad pesquera no podrían sostener su oferta característica de alimentos a base de pescados y mariscos. La veda de la tortuga, y la desaparición de la Planta de Productos Pesqueros, afectaron el avance sostenido que venía experimentando la producción pesquera. A partir de la década de los noventa, la falta de un Proyecto para el re lanzamiento de Puerto Ángel, como un polo de desarrollo pesquero y turístico, impactó la economía de la Localidad y propició la emigración de una cantidad considerable de sus moradores hacia los territorios de la Unión Americana. Cabe hacer mención que en los últimos años, el gobierno estatal ha propuesto un Proyecto de Desarrollo para Puerto Ángel y comunidades aledañas, pero condicionadas a los riesgos de la privatización y la expropiación, para permitir el emplazamiento de una infraestructura que garantice la operatividad de la gran inversión.
Concluimos expresando que a Puerto Ángel no se le han retribuido, los innegables servicios que, durante décadas, ha prestado a la Región de la Costa y al Estado de Oaxaca. Primero como espacio que permitió el comercio del café, y después como proveedor constante de productos pesqueros. Somos un puerto de pescadores; aquí aparte de nuestras embarcaciones, navega el corazón de una esperanza en la expectativa de un futuro mejor para nuestros hijos. Ojalá las autoridades en turno, sean sensibles a la necesidad de dotar a Puerto Ángel de un proyecto que incluya a sus moradores; no reclamamos más que la infraestructura básica para llevar una vida digna, recursos que nos procuren la conservación y el procesamiento de nuestras capturas, apoyos para la adquisición de equipos y embarcaciones, adiestramiento para el uso de tecnología que nos permita una explotación racional de los productos del mar.
Hoy nuestro Puerto nos reclama unidad; debemos anteponer el bien común a las ambiciones personales desmedidas que han utilizado el potencial político de la comunidad como vil moneda de cambio para abrirse espacios de representación, desde dónde no han podido darle impulso a una iniciativa de progreso. Estamos llamados, los pescadores, a reivindicar el papel que Puerto Ángel ha jugado en la Historia, reconociendo lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos, como un acto de conciencia, como un ejercicio de compromiso y voluntad.



3.8.11

¿Quo vadis Guelaguetza?

Hablo de lo que sé. Las comunidades oaxaqueñas practican, desde tiempos ancestrales, formas sociales de colaboración. Se comparten comidas, trabajo, festejos, duelos y hasta la pobreza y la bonanza. Por estos días, hemos escuchado voces que desacreditan y descalifican a La Guelaguetza, como evento representativo de los oaxaqueños; pero, a decir verdad, se nota displicencia y superficialidad en estos alegatos. Porque no aclaran si se refieren a la parafernalia en que derivó la celebración de esta fiesta en la capital del estado, o si no dan por válido el argumento que sustenta la autenticidad de nuestras tradiciones. Dice Don José Alfredo que las ciudades destruyen las costumbres, acotaría que las ciudades destruyen a los hombres. Uno, irredento campirano, aún tiene noción de los ciclos de la naturaleza y de las bondades de la convivencia humana, que nos faculta para expresar reconocimiento y solidaridad con las necesidades del prójimo. A oídos sensibles, es posible que este argumento, marque una pauta para retomar la Guelaguetza como lo que realmente debe ser, participación comunitaria sin intenciones de exhibición, intercambio de productos en un afán solidario. Estaríamos en la disposición de llevarles cocos, pescado, caña, maíz, para que nos correspondieran con mejores caminos y escuelas, hasta bailaríamos sin necesidad de aparatosas coreografías; un baile de pueblo, pues, con el Mar Azul o la banda de Álvaro Monterrubio. Respecto a la exhibición de bailes y danzas, apuntamos que son un hecho legítimo como manifestación artística; aparte, despiertan el interés de propios y extraños, que cada vez son menos extraños, por las bondades de la globalización. Nos consta el tiempo y esfuerzo que invierten maestros y danzantes en la preparación de escenografías y coreografías para tal fin. Luego, para mostrar estos trabajos, es importante abrir los foros requeridos, a nivel local, regional y estatal, incentivando la creatividad de quienes participan en ellos. Vamos bien, este año se tomó en cuenta a otras representaciones, acción que le da sentido de inclusión a la Guelaguetza del Cerro del Fortín y los maestros compartieron gratuitamente su Guelaguetza en los predios del campo deportivo del Tecnológico de Oaxaca. Ojalá esto nos permita navegar hacia la concordia y la unión como oaxaqueños, sin abandonar nuestras legítimas y propias convicciones políticas. Enseñarnos a no incurrir en la disputa estéril por la razón de cada quién y cada cual, sería también muy útil.


2.8.11

Oaxaca: Estado afroindio

Era admirable la arritmia del tío que bailaba el son de la garza. “Te chingastes canilludo”, cantaba el violín de “Sones de varita”, secundado por un guitarrista parco en la voz y en el rasgueo. La imagen del tío bailando me remitió, de inmediato, a la de mi padre haciendo lo mismo sobre la greda de Santa María del Rincón, Ejutla, estancia de afrodescendientes en el Valle de Oaxaca. Otro ingrediente a favor de esa memoria es la voz de Alejandra Robles, creciendo sobre los palios de una tarde de abril en Tututepec. En Oaxaca, así como en muchas regiones de México, nuestra educación sensible está alimentada por la música y el baile. Hablemos de las ocho regiones del estado, ninguna con historia distinta respecto a lo fundamental; sustentada, esa historia, en el aporte de los pueblos originarios sin exclusión de alguno por el matiz de su piel. Sería imprudente e injusto, soslayar el gran aporte de las tradiciones a la educación; nos ha provisto de facultades poco atendidas, por las formas de enseñanza convencionales que se intentan en las aulas de una escuela, o en los corredores húmedos y a veces sórdidos de los curatos. Educar es trascender en el que se educa, y es lo que procura nuestra sociedad comunal; las estrategias de formación funcionalista y competitiva, pretenden todo lo contrario. En esta comunidad nos han enseñado a saludar y, de manera muy responsable, a hacerlo con nuestros mayores, a pedir permiso, a no igualarnos, a compartir, a ser solidarios con las causas justas, a dar tequio, a trabajar para ganarnos el sustento. No hay un mejor medio para educarnos que este lugar que nos eligió como sus hijos predilectos. El currículo prescrito por las estructuras de poder, poco tiene que hacer ante esto, son formas de dominio repetidas desde que los zanzíbares condujeron a nuestros ancestros por el corazón de tinieblas de la esclavitud lacerante, desde que el encomendero sojuzgó el alma noble del indio mesoamericano, desde que el mundo “civilizado” nos ubicó como un proveedor ahora ya no inagotable de materia prima. Vuelvo a la imagen del Tío bailando a su gusto en la explanada de Tututepec, vuelvo a la voz caudalosa de Alejandra cobijada por el sonar añejo del fandango de varita y reparo en la certeza de que somos una comunidad que ha girado, que gira en el vórtice ya imparable de la tradición y la costumbre. No coincido bien con los que buscan el reconocimiento de las estructuras de poder, esas que nos han querido reducir al olvido por siglos; coincido, en forma plena, con la propuesta de auto reconocimiento e identificación de nuestros valores, desarrollados a pesar y en contra del infortunio y el sojuzgamiento. Dejemos que el Tío de Tututepec baile sin un plan premeditado, dejemos que Alejandra recree con su virtuosismo las coplas que igual caben en la Malagueña curreña como en los versos del Palomo. Eduquémonos en la comunidad, elaboremos un plan de resistencia, el encomendero aún sigue ahí; los zanzíbares están tramando foros para hacer visibles formas de asistencia cercanas al paliativo que antes representaban la inanición y la muerte.

Las actitudes asumidas como el menosprecio, distingos, y discriminación, no son de nuestra idiosincrasia; nos fueron impuestas para ser asimilados al régimen de conquista y subordinación; esta práctica se volvió un círculo vicioso, porque al fomentarnos la desconfianza, nos fuimos marcando diferencias por el color de la piel, de los ojos, la estatura, la lengua y la manera de hablar. Contaba un tío abuelo mío, emigrado a la zona cafetalera de Pochutla, que en Xanica, comunidad de la sierra sur, le llamaban catrín, y en Huatulco le daban el trato de yope. Optó por quedarse en Xanica, intensificar su relación con los habitantes de ese lugar, demostrar que sus expectativas no eran distintas a las de ellos, hasta lograr al fin ser aceptado y ser nombrado presidente municipal. La decisión que tomemos en relación a lo que queremos ser, no pasa por la voluntad de los que manejan el poder económico y político en la entidad. Pero son tantas las falacias que nos ha imbuido el sistema rapaz, que la tradición de nuestra comunidad se ha visto en serios riesgos; por fortuna, hay en nuestro temperamento arraigado una propensión a no perdernos del todo en la execrable conducta propuesta por el sistema a través de sus aparatos de ideologización; a saber: la escuela, las religiones, los partidos políticos y, en estos tiempos, los medios masivos de comunicación potenciados por el internet y sus milagros tecnológicos. Hasta aquí nos hemos referido de manera muy general al fomento de los valores en nuestra comunidad, partiendo de la familia desde luego; haría falta agregar la necesidad de darle su importancia, que la tiene, a nuestras formas de comunicación, considerando en un plano destacado las lenguas autóctonas, pero también el cúmulo de palabras que tienen este origen, y que saturan el idioma oficial que hablamos nominado, indistintamente, como castellano o español; o castilla como también es costumbre decirle. También hay juegos y pasatiempos muy propios de nuestra cultura, señalemos a la pelota mixteca, las carreras a campo traviesa, los papalotes, los baleros, el tejo, la rayuela y demás. Volver a la sabrosura de la comida tradicional, a nuestros cantos, seguir bailando lo que hemos bailado y seguiremos bailando, porque el ritmo de la sangre es más fuerte que el ruido producido por un programador. No hacemos aquí referencia al currículo formal, es a propósito; si la educación se forja en dos cunas entrañables, la del hogar y la de la comunidad; tendría que cambiarse el sistema político, educativo y económico para contar con un tercer espacio, apropiado a las necesidades de una educación con sentido de comunidad y dirección de humanidad. Pero es hablar de una verdadera revolución educativa, económica, política y moral; algo que nos remite a la noción de utopía, que seguiremos buscando pese a todo, en el afán de luchar por una causa común, la liberación de nuestros pueblos y el porvenir de las generaciones que esperan lo mejor de nosotros.
Educarnos en comunidad es ver claro, identificar cual ha de ser el motivo de nuestra defensa, a quién nos enfrentamos. El sistema político sustentado por un modelo económico, concatenados por una propuesta educativa a modo, lo que menos quiere es darnos la opción como base social, para plantear la forma de cómo organizar nuestras expectativas de crecimiento y desarrollo, a ellos les sigue interesando solo lo que representan las riquezas naturales donde vivimos y nuestro potencial como mano de obra barata. Para ellos es más urgente excluir la franja costera para ofertarla a las transnacionales y convertir la zona húmedas del Río Verde en un erial, que mejorar las condiciones de vida de las comunidades costeñas, dotarlas de una infraestructura mínima para dar impulso a la industria pesquera y turística; procurar que cuenten con los servicios indispensables de alumbrado, agua potable y drenaje, así como rehabilitar decorosamente los espacios educativos, cuidar su equipamiento y asistir con becas a los niños y jóvenes para que puedan seguir con su formación académica. No les interesa, los distintos niveles de gobierno no están para eso; están para retribuirse favores y sostener el status quo, favorable a los pocos y desfavorable a los muchos. Que nuestras formas tradicionales de convivencia, sirvan para alentar un cambio necesario, que evite la crispación social y su consecuente ruptura, hay voces llamando a reconsiderar las estrategias hasta ahora ineficaces, hay sobrados motivos para declarar una alerta nacional, ante el desempleo, la narcoviolencia, y la sordera incurable de nuestros gobernantes. Una sociedad inmóvil está destinada a desaparecer; una sociedad que recupere la honra, a través de la reivindicación de costumbres vigorosas en su educación, jamás se venderá al mejor postor, ni medrará en la complacencia y la resignación. Educarnos tiene que ver con eso, perseverar en eso, no dejar que ahora nos esclavicen los partidos políticos, la telebasura, las sectas del oprobio. Nuestra entidad oaxaqueña lo sabe, es cuna de espíritus ilustres, de hombres libres; la costa como parte de ella también, es un potencial para el desarrollo humano e histórico de nuestros pueblos; siempre que evitemos que nos quieran archivar en anaqueles distintos los que llegaron y se quedaron a manipularnos con la divisa de divide y vencerás. Además opino que Javier Sicilia es mi padre, mi hijo, mi hermano.



20.7.11

Réquiem para mi bóxer rojo

Representaba mi identidad, la grandeza de mi raíz alongada y profunda, la más ancestral memoria de mis antepasados que bajaron de las nubes para poblar las montañas agrestes de la región única, por hermosa, a la cual pertenezco. Como bien lo dijo el eminente sabio griego Prócoro Octaviano, en su celebrada Suma Cabalística, los primeros pobladores del mundo fueron los trilobites alsacianos, extraordinaria raza de guerreros cuneiformes, leídos en el vestigio de las piedras fanerógamas. Pero, sin lugar a dudas, la nuestra es una cultura mejor por el atavío de nuestras gallardas mujeres y la emblemática apostura de nuestros airosos hombres, ejemplificados por la intrepidez del colorante y los holanes, encajes bordados al bies de un alba de cantos inexpresables. Todo iba bien pero hoy he perdido a mi bóxer rojo, antiguamente llamado calzoncillo, al que la modernidad ha denominado de una forma más apropiada, no obstante la posibilidad de que se le confunda con un perro de no muy buena reputación, por su afición a morder cerdos sabrosos y pacíficos. Sé que no es sensato, poco he recorrido las páginas que en materia de réquiems para calzoncillos rojos debo consumir, la bibliografía es extensa y la conozco, merced a la generosidad de Xerox y Wiki, trasunto de la banalidad obvia. Vieran, cuántos flamazos resistió mi encarnada prenda interior, cuantas erecciones matinales y mordidas de lobo y arañazos de roca, la publicidad sonora del intestino mayor. Ahora, en el momento más aciago, claudicas hermano bóxer. Toma en cuenta que hay discusiones pendientes respecto a la urgente necesidad de unificar a la raza predestinada, para establecer un feudo de inmortales; sin lugar a dudas, gente bonita y bien portada, como el maíz transgénico y la energía eólica, para que no se vayan a expresar mal de nosotros, la vecindad de piel impecable y de cartera también. Oh bóxer amable y silente, cómplice discreto de mis inquietudes corpóreas, hoy que vas a morar el altillo común de la ropa vieja, recuerda esas tardes maravillosas en que degustábamos arroz con leche o lechecilla y, de paso, obteníamos la referencia más fiel de labios de esas mujeres sabias, portadoras de milenaria herencia, que sabe lo mismo bordar un lindo pescadito no salgas de aquí, que anegar de sabores especiales la degustable vastedad de nuestros banquetes rituales. Disculpa estos suspiros, tal vez vanos pero sinceros, inmortal bóxer rojo. También disculpa el que ahora me refiera a un hermoso trasero, todo cubierto de encajes; hubiera cambiado mi fortuna, que no es poca, por pasar el dorso de mi mano sobre esa mejilla espectacular, alta como la popa de una carabela, vasta como la esfera de un planetario. Mi cabeza empieza a girar cuando evoco la experiencia de imaginar esos glúteos ostentosos que, algún día borrascoso, los gusanos reducirán a briznas de carne putrefacta; después a gleba; después a nada. Si los vaivenes impredecibles del destino hubieran dictado su posesión a mi favor, ese culo hubiera terminado en poesía, facturada con la voz de mis densidades nerudianas, o con el barniz de mis ojos rojeños. Pero, nada hermano bóxer, fui expulsado del paraíso por los dioses mediocres de la suficiencia, y ahora vivo desterrado en la patria de los parias, los que no alimentan su sed con el agua de la felicidad discreta y la pasión bien organizada. En fin, como no tengo nación ni gallardete que me identifique, hoy claudico de las heráldicas y los atributos nobiliarios, máxime que, al desprenderme de ti, he perdido la última oportunidad de reivindicar mi prosapia y mi pertenencia a una raza de venas impecables y corazón inmaculado.