
Tano Chenche, para la demolición de su ego, tuvo que contratar un paquete completo de maquinaria pesada. Este enorme trascabo escarbó por espacio de tres semanas en la materia espesa y gravosa de sus sentimientos. Para alisarle el orgullo, aquella enorme mantis de fierro bregó planicies y montículos casi indefinidamente. Yo opero el pisón hidráulico con el que intentamos dejar a Chenche sin subterfugios de congoja. Mira que digo, nuestra Bahía llevaba más de medio siglo sin un acontecimiento de este calado, desde la llegada de Rupercio Argensola y la lluvia de pámpanos, no sucedía algo igual. Si bien es cierto, y a mi me consta, que nuestro casanova particular había logrado lo que nadie, o sea exhibir las flores de su conquista sin recato ni apremio, y que esto no le produjera agruras conyugales, el tul ligerísimo de una sospecha flotaba siempre sobre el aire briseño del litoral. Y fue ese día en el que el toldo de la desgracia se arrió sobre la cortés lisura de Tano. Una mano absurda tocó la madera de acceso a la casa de nuestro buen amigo. Tan tan, mujer, si puedes tu con Dios hablar. El galeno solo iba por una tela adhesiva que la legítima de Tano le había guardado. En el regateo de la dignidad hubo amenazas muy serias, por las que el hipócrates tropical se vio en la necesidad de propiciarse el destierro. La asistente con ya varias peticiones de cambio de adscripción, aprovechó
también el túnel de justificación por dónde infidelidades, dudas y evidencias salieron ilesas. Ahora, ¿quien curará la matada que me acabo de hacer con este maldito pisón?
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