
Es el lugar. La lluvia se precipita mansamente, como racimo de minúsculas palomas, derramándose sobre la tierra, humedeciéndola con un beso de amor. El silencio es un perfume de hadas agazapado sobre la fronda del bosque, transpirando el don de lo sagrado. Ahí estuvimos la eternidad de una noche, suspirando en nuestros cuerpos el trémolo de la aurora que nunca llegó para urdir el margen de la dicha. Ah sagrada mansión de los apremios. Ah dichosa heredad de los encantos. Nos recibiste en tu luna misteriosa, y así corrió el río de savia que aró los cantos del amanecer para sembrarlos de vida. Ahora en el recuerdo el corazón y sus pesquisas, imantando la voz de las estrellas, leyendo el mar en la palabra ausente. Zurciendo la bondad de un sueño sin sobresaltos, que señala el final de su lectura. Amanece.
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