17.11.06

Nunca en domingo.

La calle de Arteaga por el este conduce a la aurora. Uno puede seguir por ese rumbo para arribar a los dominios del sol incipiente. El largo sur de la calle, colinda con la playa total de El Pacífico, mar de cala, desmesurado e insumiso. Ahí varamos nuestro bote, después de la faena realizada sobre un arrecife de cántaros y ocarinas. Jureles, coletadas, chabelitas y bobas, constituyen nuestra captura suficiente, delicias de un paladar afecto al marisco. Camarón de correntada me lo ha dicho: "o verás, no ha sido pesca vana; si fueran macabiles, n o regreso del mar." La razón le asiste, yo solo sumaría a nuestra ensarta, un salmonete que hizo la deriva desde La Ensenada Istmeña y trajina los rumbos de el Ex-marquesado, finalmente, no todos los peces son para comer. A Camarón le gustan mucho los cacahuates que venden en el zócalo de la ciudad, me convida de la bolsita, después de retirar con sus dedos toscos casi la mitad del surtido. La noche en que nos tocó la guardia, montamos una barricada de arena al lado de nuestro bote, ese pedazo de proa que alguna vez fué balandro de guerra y pencas de coco por cimitarras. Yo Giro Batol y él, Araña de mar; La recala del boga, Mompracem. Camarón me despierta con una sacudida formidable, una mancha de barracudas está destrozando el camino fosforecente de los pámpanos. Sin embargo, sobre la alameda, los delfines festinan el imposible retorno de ulises, nunca en domingo.

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