29.6.07

Alejandra Robles: el canto de una sirena.



















Días de lluvia se alternan con días de calor bajo los cielos de la Capital. Aquí en un café de Coyoacán, platicamos con Alejandra Robles, joven intérprete oaxaqueña, nacida en la Región de la Costa, frente al mar de Puerto Escondido. Para nosotros es de particular interés conocer de cerca las motivaciones de artistas como Alejandra, al hacer una valoración justa de su trabajo, difundiéndolo en el espacio natural de su génesis, considerando que las manifestaciones artísticas reflejan lo que somos y lo que hemos sido, desde que entramos en contacto con la atmósfera sensible que nos procrea..

Puerto Escondido, es un lugar especial, un territorio de convergencia de familias que emigraron de la Sierra Sur, del Valle de Oaxaca y de La Costa Chica; Sola de Vega, Juchatengo, Juquila, por un lado; por el otro, Pinotepa Nacional, Cacahuatepec, Jamiltepec, Collantes y algunos lugares del Estado de Guerrero. Los motivos han sido la actividad económica, en las distintas etapas del desarrollo de nuestras regiones, manifiesta en el comercio, la pesca, la agricultura, ganadería e industrias rurales. sin dejar de tomar en cuenta, la migración interna por motivos políticos y sociales, las guerras locales y el reacomodo de la masa poblacional, en espacios donde es más factible la sobre vivencia.

Es este el referente histórico de nuestros pueblos y los grupos sociales su producto cultural. Ahí los individuos, mujeres y hombres, capitalizan la savia y el polen de la tradición sobre el inmenso obraje del trabajo colectivo, delineando los rumbos y derroteros de la identidad.

Cuando Alejandra Robles pregona un son de nuestro rumbo, hay una lectura emotiva en su interpretación, el atributo de su voz afinada y potente, cuenta esa historia de otro modo, por eso es importante hablar de ella y de su adscripción costeña, desde esta ribera donde las olas de Zicatela sostienen un coloquio debussyano con las esferas del viento, para escribir, sobre el pentagrama del litoral, el canto de una sirena.


Las primeras influencias.

En todas las manifestaciones artísticas no hay tabla rasa, quién diga lo contrario que lo pruebe. El río de las influencias alimenta peces dorados, la flor aprende de otra flor su aroma y colorido. Alejandra, por voz propia, nos habla de la presencia de su abuelo, decidor de coplas y tañedor de guitarra, en esos primeros años, donde la percepción es infinita, capaz de asimilar rumores estelares y tonadas entrañables al mismo tiempo. En el seno familiar sus padres escuchan con ella, a los heraldos de la nueva trova, con Silvio Rodríguez al frente, cabalgando mazas y unicornios. Pero hay una alusión especial a la voz femenina más consecuente de nuestras latitudes, el inverosímil resuello de esa espiga de amor llamada Amparo Ochoa, cantando El Barzón, La Josefinita, La Consejera. Amparo Ochoa, por quién merece amor, ¿En donde te hallas hermosísimo lucero? Baja en la voz de Alejandra a iluminarnos la vida. “De niña escuchaba mucho a Amparo Ochoa, ya que mis padres eran grandes admiradores de su singular estilo”. Alejandra lo consigna, para correr una indeleble y delgada capa de certidumbre sobre lo antes dicho.



Va la segunda, segunda…


Chabuca Granda tiende, sobre un río del Perú, el puente de los suspiros, por el que algún día habrá de caminar Eva Ayllón, entonando su vals criollo. Mercedes Sosa, La Negra, con mayúsculas, dialoga con un sapo cancionero en Salta; muy cerca, los octavos del landó seducen a los sextos de la zamba, y el seis figureado asoma su carita perlada tras la cortinilla de los abanicos jarochos. Esa proximidad en nuestras rumbas y estilos, nos permite hablar, sin prejuicios, de una música popular americana que se extiende hasta el jazz, el blues, ritmos alimentados por la fuerza espiritual de una raza que supo resurgir invicta del sojuzgamiento y la discriminación. Una noche melódica de quenas y antaras para Alejandra; otra rítmica de cajas y tambores para Robles. La influencia de nuestras mejores exponentes de ese canto popular que hemos preferido por generaciones, sobre la tentación de la oferta comercial que lo desfigura y malbarata; figuras consolidadas como Susana Baca y Eugenia León y, un poco más acá Lila Downs. Alejandra Robles tiene ese referente inmediato, para contrastarlo con su perspectiva de avance. Pero además, en su contexto de influencias, está el canto cultivado, cuya representante excelsa es, sin duda, Yma Sumac, la peruana universal, la que trina como pájaro en esa especie de huayno sinfónico llamado Chuncho. Se dice de ella que ha logrado proezas vocales, tales como el registro de cinco octavas y la triple coloratura. No es gratuito entonces que la Sumac sea una especie de preceptora de las cantantes jóvenes, que están tomando en serio su quehacer artístico. De ahí el requisito que Alejandra se ha impuesto y que es la razón de su formación académica, el conocimiento de técnicas vocales que garantizan un canto consistente y duradero.



El estilo de la búsqueda.



Hacer coincidir estos dos mundos, el del canto popular y el del canto clásico, amerita un empeño constante y una convicción a toda prueba. Necesariamente, desde remotas épocas ambos ejercicios han compaginado para gloria de la música universal. Cantos pastoriles, melodías populares, tonadas paganas, han fecundado el pentagrama de la música culta. Es justo que esta nos devuelva sus descubrimientos, sus recursos, para vitalizar la tradición. En Oaxaca hay un ejemplo ilustrativo, el insigne maestro Diego Innes, que vació toda la guelaguetza a la pauta de su formación académica, dejándonos un legado para la posteridad. Ese mismo resorte de inquietudes mueve el interés de Alejandra, se nota en los prolegómenos de su incursión en los mundos del canto; su primera grabación, sorprende por la facundia instrumental y vocal que la impregna. El equilibrio de los colores armónicos y los acentos rítmicos se hacen evidentes a lo largo de lo diez cortes que integran la primera oferta auditiva de una producción que esperamos amena y persistente.

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¡Lotería con El Cupido!


Don Arcadio Hidalgo y Álvaro Carrillo; la chilena y el son jarocho; el alma llanera de Simón Díaz; Mateo Arreola y Tomás Méndez, cupieron en la densidad del primer disco compacto de Alejandra Robles, y cupieron bien. Dos Malagueñas, la curreña y la salerosa, arrebatan los corazones del que escucha. El mismo pulso designa el rumbo en los arreglos, hábilmente ploteados por el ingenio y la creatividad de Luís García, los acentos hacen gozosa la experiencia, los compases se cruzan como goznes que abren la puerta del fandango y a remar marinero que aquel que no rema no gana navío, al cabo que a la Malagueña curreña solo la saben cantar esos mismos marineros que navegan en el mar. El fandanguito, deleite de los sentidos, sus pausas nos hablan de la noche tibia y callada de Veracruz. El andariego, nuestro santo y seña, el dije que a los costeños nos brilla en el pecho para los sufragios del amor, reminiscencia del pasado, aliento del presente, epitafio de nubes que cantan la vida. Buena la elección de Alejandra y su equipo; luna llena para el compás de tres cuartos; menguante, para el de seis octavos.

Con esa misma idea, el canto popular que se traslada en la góndola del saber musical, Alejandra prepara su segundo disco compacto, estamos seguros que mantendrá la calidad del primero, no en balde irán en prenda el prodigio de la experiencia y el hacer responsable y comedido, sin perder el gusto y el encanto. En tanto que estos discóbolos son la demostración de lo que es posible, cuando hay definición y convicciones, aparte de constituir un rango en la difusión de nuestra música, otra experiencia será el seguir viendo a Alejandra Robles en diversos escenarios desempeñándose, magistralmente, en la ejecución del instrumento que la naturaleza le otorgó: su voz de acentos cándidos, produciendo ese canto de sirena al que nadie se resiste.

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