30.5.11

Los años de Fresno

La mañana me sorprendió medio cubierto por pliegos de papel periódico, sobre una banca del jardín de la Escuela Normal Superior. Emprendí el trabajo de improvisar unas botas del mismo material para librar el frío húmedo y punzante de la Ciudad de México; librarlo ahí en los pies dónde, a poco, sientes que se te congela el alma. Ese día tuve ganas de largarme, pensando en que no tenía ningún sentido estar arriesgando mi seguridad física por una causa que se me presentaba todavía borrosa. Llegué a la reunión de consejo, solo para aturdirme con las consignas foráneas que hablaban de El Salvador y Nicaragua, mientras José de Molina cerraba el acto con su guitarra rupestre y su voz no muy agradable. Marchas, bloqueos, plantones, para demandar la abrogación del Acuerdo que decretaba la desaparición de los Cursos de Verano, donde se estaba gestando el movimiento político de la década de los ochentas, con el SME, el Sindicato del Metro y el SUTIN entre otros. Pero lo que más le preocupaba al gobierno en turno y a los charros del SNTE, era el crecimiento de la disidencia al interior del gremio magisterial. Les preocupaba Oaxaca, la Sección XX, que un año antes había logrado integrar su primer Comité Ejecutivo, democráticamente, con la participación de un movimiento en ciernes, pero claro en sus propósitos, sólido en sus convicciones.

Permanecí en la Ciudad de México y en La Normal Superior, con la esperanza de que nuestros cursos fueran reconocidos, así pasó con muchos, me pude percatar. En ese lapso, el gobierno nos mandó desalojar del cruce de Insurgentes y Reforma, donde habíamos instalado un plantón para tomar las clases correspondientes a la jornada de ese día. El desalojo fue infame, cruel, sanguinario, fríamente planeado, puntualmente ejecutado. La mano dolosa del represor se dejó sentir en la frágil humanidad de las compañeras, con más saña, y muchos compañeros corrían descalabrados y ensangrentados, buscando la protección de algún pórtico o de alguna vivienda. Después del mediodía nos reconcentramos en Fresno, domicilio de la Escuela; los corredores del edificio no se daban a abasto para albergar a tantos compañeros heridos, descalabrados, golpeados. Estuvimos ahí el resto de la tarde, y sólo abandonamos el edificio para abastecernos con agua y alimentos, atrincherándonos de forma indefinida en la Institución. En el contorno había un cerco de granaderos, listos para entrar en acción cuando así se les indicara. Mantuvimos la guardia esa primera noche, un aire de compañerismo se respiraba sobre aquella atmósfera de tensión y miedo justificados. Lo empezamos a entender: hay un orden establecido que no se puede romper, salvo riesgo de enfrentar la dureza de su brazo disuasivo: la represión abierta. Otra lección: era justo defender un derecho a explorar otras formas de educarnos, fuera de lo prescrito, en consonancia con las expectativas de una sociedad en busca de la substancia que hiciera germinar el árbol de la democracia, cuyos frutos son, pensábamos, la igualdad, la justicia y el derecho. El 22 de julio de 1983, nos vimos todos juntos, de mi grupo solo faltaba un compañero que se reincorporó días más tarde, la fuga lo llevó hasta las afuera de la ciudad, al domicilio de unos familiares, nos dijo. Remarco el hecho de volver a estar juntos porque no estaba tan seguro de la definición y convicción de algunos (incluyendo la mía) ya que, en días anteriores, externaron desacuerdos con el movimiento, entre ellos la esposa de un funcionario de la SEP y otros compañeros venidos de estados del norte. Pero esa vez, unidos al contingente general, marchábamos todos coreando consignas directas y subidas de tono. Me atreví a inquirir a la compañera mencionada sobre su última decisión, y me respondió categórica que todos, algún día, tenemos que decidir y definir lo más importante, que la represión le pareció lo suficientemente injusta, como para quedarse cruzada de brazos, sin expresar su malestar por tal ofensa. Y nos seguimos de largo. Brigadeos, volanteos, marchas, fueron la praxis de una experiencia formativa, al margen de las prescripciones curriculares.

Era de Puebla, lo recuerdo, de mediana estatura, pelo corto y sonrisa magra; pero sonreía con el corazón cuando hablaba en el metro, en los parques o en los mercados. De esa brigada uno volanteaba, otro boteaba y ella tenía el encargo de hablar. Al hablar convencía, sus planteamientos tenían la cualidad del agua y del cielo sin borrasca: hablaba de un acto de conciencia, se refería a la necesidad de fortalecer un movimiento político que inclinara la balanza un poquito, al menos, a favor del pueblo; les decía que el maestro no enseña solo en el aula, repitiendo enunciados y fórmulas sobre un pizarrón, sino que debe combinar la acción política con la instrucción, la demanda de los derechos civiles con la cátedra. Yo aprendía escuchando y repartiendo volantes; el otro, acopiando monedas para la causa. La temporada de ese curso pasó y me regresé a Oaxaca sin el reconocimiento oficial correspondiente, pero traía una inquietud muy grande, sembrada en algún lugar de mi conciencia.

Entre huelga de hambre y caminata en el ochenta y cinco, para exigir la realización de un Segundo Congreso Democrático, opté por lo segundo. Mi barbarie digestiva fue sumamente persuasiva. Los recuerdos de ese tiempo empiezan a tomar vuelo en la subida de La Carbonera; la caminata política, como la deportiva, tienen su propio entrenamiento y, sin duda, había poca experiencia en esas lides de la caminada. Cincuenta kilómetros para llegar desde la comunidad de La Carbonera hasta la planicie donde se enfila el tramo de carretera para arribar a Nochixtlán. Almuerzo comunitario, aliento y solidaridad de los habitantes de esa pequeña población, bendiciones. Empezamos muy temprano, a la hora en que comienzan a sonar los engranes de la molienda, y el monte a despertar su músculo y osamenta de pájaro e insecto. Después del receso la emprendimos sin pausa, para arribar a la explanada antes dicha, a propósito de comer y reposar la comida casi al llegar a la meta. Pero hubieron los que se sentaron luego o llegando y a yantar; los primeros empezaron a sufrir los tirones dolorosos del calambre y, los segundos, a devolver la comida sobre la tierra y el pasto. La compañía de un amigo experto en ambulantajes campiranos, evitó que a mí me pasara lo mismo; lo vi, desesperado, conminando a los demás a que se relajaran y enfriaran para después sentarse a comer; pero el cansancio y el hambre son personajes muy necios.

En esa primera etapa, llegamos hasta Tamazulapan, en tierras de la Mixteca Oaxaqueña. Ahí, en la explanada de La Escuela Normal que funciona como internado para mujeres, Noriega y Villalana, llegaron a participarnos que había avances en el otorgamiento de la convocatoria a nuestro Congreso Seccional, razón por la cual nosotros caminábamos y otros compañeros se abstenían de comer en el Zócalo de la Ciudad de Oaxaca. Una convocatoria y un Congreso eran el motivo de nuestra esforzada movilización. Pero desde entonces algunos líderes no se han mantenido a la altura de las bases en lucha, y le apuestan a sus conveniencias personales y de grupo. Recesamos la movilización, se levantó la huelga de hambre histórica e impactante para, en ese inter, evitar que la Comisión Política encabezada por Noriega, entregara el movimiento a los charros del Sindicato Nacional. La postura de la Asamblea Estatal, como representación de base, fue un no rotundo a la integración de Vanguardia (el grupo charril) y Congreso Seccional Democrático, ante la estupefacción y coraje de algunos de los principales dirigentes, por no decir que todos, a excepción de Patricio Hernández, Fernando Soberanis, Modesta Antonio y Roel Salinas. La asamblea estatal es como un ente con vida propia, que se debate en fiera lucha en contra de los villanos que traicionan sus principios y traicionan a quienes les delegaron la responsabilidad de dirigir un movimiento de militantes muy conscientes de su obligación con definiciones y posiciones en consecuencia. El caudal de esa asamblea fue y sigue siendo apabullante, tiene vértebras, articulaciones, nomenclatura e historia; para nosotros está muy claro que quien traiciona al movimiento, se hunde irremisiblemente en el mar del menosprecio y la muerte política; pero también hay quienes terminan como esquiroles del gobierno, o como viles indiciadores de la gente definida y comprometida. No pasó el acuerdo de integración y se fortaleció el movimiento en esa etapa de consolidación y temple. Noriega y sus corifeos quisieron renunciar, pero el movimiento dijo no, y ahí permanecieron cuatro años más como un mal necesario.

En el ochenta y seis, aplicando la lógica más elemental, decidí reanudar la marcha a México, junto con otros compañeros, y seguir demandando la convocatoria para la realización de nuestro congreso democrático. En todos los lugares por donde la marcha pasó, fuimos objeto de reconocimiento y aliento, incluso ya en territorios de la Mixteca poblana. Dos son las jornadas que para mí tuvieron una importancia decisiva: el recorrido de Tehuitzingo a Izúcar de Matamoros, y la noche en que pernoctamos bajo una fría galera en Río Frío. Íbamos en ese grupo de marchistas, bien lo recuerdo, Martín y Marcelito entre otros, menudos y esforzados militantes del movimiento. Martín no tenía problema alguno con la caminata porque, para arribar a su Comunidad, hacía por lo menos doce o catorce horas, y era su rutina de fin de semana viajar hasta dónde lo dejara la camioneta y de ahí emprenderla a pie sin más alternativa. Tal era su condición que lo vi llegar, por ejemplo, a Texmelucan y todavía participar en un encuentro de basquetbol. No así con Marcelo, hombre empecinado y valeroso, pero de escasa condición física. Cómo responsable del grupo me le acerqué, en la recta interminable flanqueada por cañaverales que se encuentra ya casi llegando a Izúcar, para proponerle que tomara un receso y abordara una de las camionetas que iban levantando a los compañeros aniquilados por el cansancio. Muy bien me acuerdo de su negativa categórica para hacerlo y de su convencimiento férreo por llegar al destino arrastrando los pies. Río Frío fue una prueba de fuego al revés. Ya faltando tres días para llegar a la Ciudad de México, pernoctamos ahí; es un lugar fantástico durante el día, pero las noches son inclementes, terriblemente frías. Conforme iba avanzando el tiempo, la temperatura bajaba sin contemplaciones, diez grados bajo cero tal vez sea decir poco, y nosotros escasamente abrigados con sacos de dormir y cobertores. La pasamos mal, al filo de la madrugada se escuchaban quejidos y lamentos, estertores de dolor por los calambres, respiraciones atormentadas por el frío. Como por instinto, me arrellané en mi saco de dormir sintiendo al corazón en una carrera desenfrenada, casi a punto de romperme el pecho y rodar por el piso como piedra. Cerré los ojos y me encomendé a la fe de mi madre, pensando en la familia esperando allá en un lugar de la Costa Oaxaqueña. Por fortuna, sobrevivimos a aquella dura experiencia y, al siguiente día, buscamos el consuelo de un frugal té de canela, para lo cual tuvimos que calentar con rajas de ocote las llaves del agua en procura del líquido necesario.

Los años ochenta fueron de consolidación y defensa del Movimiento Magisterial Oaxaqueño. La cobertura de medios al servicio de la estructura gubernamental, el rejuego por intereses de los grupos al interior, la corrupción y entreguismo de algunos dirigentes, constituyeron factores de riesgo en su vida, hasta entonces de una década. Los charros del SNTE montaron sus eventos espurios para articular una dirección paralela a la legítimamente reconocida por las bases. Les peleamos palmo a palmo, escuela por escuela, zona por zona, los territorios de nuestra vocación militante. Lamentamos la muerte de muchos compañeros en esa década, la desaparición de otros y la persecución y hostigamiento de quienes nunca dieron su brazo a torcer. La resistencia no fue fácil, fue necesario un ejercicio obstinado de estrategia política que, no pocas veces, incluyó acciones de riesgo en la toma y recuperación de centros escolares. Aunque los charros de Vanguardia nunca representaron una fuerza contundente, tuvieron siempre el respaldo del Comité Nacional y de los gobiernos priistas de la Entidad. Su táctica siempre fue, ofrecer prebendas para cooptar a quienes no asimilaron la prospectiva de una lucha con fundamento social. Por esa razón, en nuestro Centro de Trabajo, una escuela enclavada en el área este de la Costa Oaxaqueña, tuvimos que cerrarles el paso. A pesar de los años, los recuerdos aún se presentan como un fresco en la conciencia que persevera; con nuestros propios recursos, sin la asistencia de ningún miembro de la dirección política formal, le marcamos el alto al director en turno quién, descaradamente nos dijo que a él solo le interesaba su seguridad económica y que su futuro estaba fincado en las expectativas de que al Movimiento Democrático, por ser una batahola de inconformes y agitadores, el gobierno y los charros lo iban a poner en su lugar. Se empezaron a ver gentes extrañas por los contornos y, antes de que dieran el golpe definitivo para tomarse la escuela como una posición para ellos, apresuramos la iniciativa de atrincherarnos con este personaje retenido en el edificio administrativo, en espera de la llegada del Supervisor de la Zona y el secretario general de la delegación más grande de nuestro nivel habilitado, por nosotros mismos, como representante regional. La encerrona duró alrededor de veinticuatro horas; se especulaba que los charros iban a llegar para recuperar la escuela, con el respaldo de sus aliados al interior, pero como en todo ese tiempo no llegó nadie, Toño Jaimes, añorado amigo y maestro, logró persuadir al director para que renunciara a su comisión y, a la postre, restablecimos normalmente los servicios educativos en la institución. En muchos lugares del estado pasó lo mismo, con la agravante de que, en algunos, se tuvieron que lamentar pérdidas humanas, de maestros y en algunos casos de padres de familia o ciudadanos solidarios. Por estos lares, se pasea todavía la deleznable memoria de Arizmendi, esbirro, testaferro y ejecutor de crímenes de odio.

La clase media deprimida todo lo ve mal, les aterra perder más de lo que han perdido con la debacle económica del país que, en la década de los ochentas, llegó a picos aterradores; con el engaño atroz de haber escondido una devaluación al mil por ciento quitándole tres ceros al billete que luego nos hicieron pasar como de a peso; por eso siempre se les antojará exagerada nuestra demanda de mejora económica, desfasada la de democracia sindical y fuera de lugar el planteamiento de una propuesta alternativa de educación que detone expectativas de crecimiento equitativo para la sociedad oaxaqueña. La tiene opresa un funcionalismo bizarro desde el que ven la pérdida de un día de clases como si fuera la caída de Constantinopla y explotan, con rabia, ese cariz de responsabilidad donde aparecemos como transgresores irremediables. Tienen acceso a la mass media como operadores contumaces, desde ahí dirigen sus ataques propagandísticos, humillándose como detractores de lo que ignoran y lo que odian. Porque, incluso, su noción de la ignorancia está subordinada cruelmente al paradigma, y añoran un mundo de confort, lejos de lo que ellos consideran inmundicia. Se vuelcan en contra de la sociedad, la ofenden recriminándole apatía respecto a los hechos injustificables que representan las movilizaciones de algún sector, en su limitada y complaciente visión de las cosas; por eso terminan dándose golpes de pecho exhortándose ellos mismos en su apatía y conformismo. El sueño dorado de estos suspicaces merolicos es que, un día, a todos los maestros de la veintidós nos manden a la fregada para sustituirnos por extraterrestres o seres subacuáticos; pero, aunque les resulte difícil aceptarlo, los maestros seguimos estando en los espacios de la Comunidad, interaccionando con ella en las buenas y en las malas, ahí nos verán respaldando los centros de acopio en las situaciones de emergencia, apadrinando ahijados en las fiestas religiosas, cumpliendo encargos en las representaciones municipales y de bienes comunales, porque somos parte de esa prole, como hijos de campesinos, albañiles, pescadores, marchantas, estibadores, que, orgullosamente, nunca dejaremos de ser. En esa geometría de aceptaciones y descalificaciones, nos encontró el ochenta y nueve haciendo esfuerzo común con otros contingentes del país, demandando de nuevo la realización de nuestro segundo congreso democrático y un aumento salarial de sobra justificado. Este año, el último de la década de los ochentas, fue el año del repunte de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación; la circunstancia política nos permitió romper el tope salarial, consiguiendo un aumento del treinta por ciento, y la obtención de convocatorias para realizar congresos seccionales en la Novena, Dieciocho y Veintidós, me refiero a secciones sindicales del Distrito Federal (Primarias), Michoacán y Oaxaca, respectivamente. El gobierno de Salinas de Gortari aprovecho la coyuntura para destronar al cacique sindical Jonguitud Barrios, que desde principios de los setentas y con métodos nada aceptables controló al Sindicato Nacional de maestros. Lo negro del asunto es que entronizó a Elba Esther Gordillo Morales.

Los contingentes coparon una buena parte del centro histórico desde las cercanías de la Lagunilla, hasta donde termina la plancha del Zócalo con sus calles aledañas. Los más grandes representaban a Michoacán, al Distrito Federal, Chiapas y Oaxaca; los medianos, a Guerrero, Tlaxcala, Zacatecas y Morelos; los pequeños, a Hidalgo, El Estado de México, Veracruz y Puebla, entre otros. Mi atención se centró en el contingente de Puebla, acampado en un solo módulo de lona. Había olvidado su nombre pero, hasta la fecha, tengo una noción imperfecta de sus rasgos físicos. Los grupos de maestros de esa entidad, se rotaban periódicamente, esas eran sus condiciones muy particulares; por eso yo iba casi a diario a preguntar por una referencia o a indagar en los semblantes de las compañeras algún indicio de su presencia, quizá fortuita, en esa movilización trascendental. Me movían el afecto,la gratitud y el recuerdo compartido en aquellos días de Fresno, cuando defendimos un proyecto para nosotros justo y necesario. Pero no llegó, o habrá llegado en días que por alguna razón me tuve que ausentar para unirme a las brigadas que integrábamos para recolectar víveres e informar acerca de la Jornada de Lucha. No persistí más en mi intento y volví a echarme a la espalda aquel recuerdo que para mí siempre ha sido un guión de esperanza, en momentos de flaqueza o de confusión.

El logro principal de la Jornada del ochenta y nueve fue la conformación de nuestra dirección seccional con la modalidad de Comisión Ejecutiva, en tanto Elba Esther alentaba la posibilidad de que el movimiento vanguardista en Oaxaca, con su llegad al poder, levantara el vuelo. Pero una vez más teníamos dirección formal producto de un proceso democrático, y los charros de vanguardia se frustraron en el intento de recuperarse para disputarnos el poder. Otra vez con la complicidad del gobierno estatal priista, buscaron de mil maneras desgastarnos y dispersarnos; tuvieron que experimentar en carne viva lo inútil que es montar una comparsa que muy pronto se les cayó, cuando secuestraron a Aristarco Aquino y se lo llevaron caminando descalzo por la ruta de Ixcotel para que legitimara sus negociaciones con las autoridades educativas del estado. La respuesta de la veintidós fue contundente; Aristarco está vez fue rescatado por un grupo de compañeros aguerridos; no así de las mañas de Elba Esther que lo hizo flaquear, razón por la que, en el último año de su ejercicio, nos regresamos de la ciudad de México apaleados, desgastados y sin sueldos. Aquí en La Costa fueron semanas de comer solo barrilete asado con arroz de morisqueta, mientras nos devolvían, en pagos decenales, los descuentos que se atrevieron a aplicarnos, ya lo dije, por el debilitamiento de la dirección política y por los sueños guajiros de su cabeza principal.

No inventen, los maestros de la veintidós no cebamos con el odio ajeno a nuestros detractores. Critíquennos, con dureza, pero propongan alternativas factibles para este país que se hunde irremisiblemente en el torbellino de otros males mayores. Eduquen a sus hijos y a sus hermanos con amor, no con la flema amarga del resentimiento. Ahí se educa uno, en la casa; ¿no bien cita Benedetti a Brecht en uno de sus poemas “Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo
para mostrar al mundo cómo era su casa.”? Ladrillos se ha dicho, o adobes, o varas si es casa de jaulilla, pero un ladrillo sólido, capaz de resistir como refuerzo en la torre de babel. Por eso, hermanos, escriban con las neuronas haciendo buen equilibrio, nunca con el colon transverso; luego brinca el texto como jurel ganteado cuando lo mueve el apremio de una discordia o la densa agrura de una venganza. Ustedes que escriben, seguramente, leen, y leen mucho, hasta que los agota el cansancio por la lectura; han leído desde niños a la luz de una vela, de un quinqué, o hasta acompañados por la luz precaria de un mechero a queroseno. Nils Holguersson, Tremal Naik, Hatteras, Ismael, Hawkins, Guy, y tantos personajes ya sin nombres pero magnificados por la impronta de la añoranza, habrán llenado sus horas de azoro, en espera del padre que partió muy lejos, velando con la madre el paso de la mala hora, cuando un carretón viejo casca la gravilla del camino real y un jinete decapitado se va por la vereda de los almendros con rumbo a las alturas de los sueños pesarosos ¿O me equivoco? ¿Verdad que no? Luego vinieron, en orden poco ordenado, Herman Hesse, Golding, Boll, Albert Camus, Emilio Zolá, León Tolstoi, Machado de Assís, Flaubert, Güiraldes, Isaacs, Gallegos, Gamboa, Azuela, Yañez, y decenas más. Los contemporáneos ¿Hay que citarlos? No me reproche amigo gramático, no me refiero al grupo de poetas con esa designación, me estoy refiriendo a los narradores contemporáneos; qué fácil, se desgrana esa magnífica mazorca que empieza con Kafka y Faulkner y termina con Fuentes y Sábato ¿les gusta? Si no formen otras parejas: Borges y Mallea, Onetti y Vargas Llosa, Cortázar y Redoble por Rancas ¿Me disculpan la metonimia tan torpe? En fin, que en esa materia ustedes son los más duchos, por su formación tan consistente y sus méritos reconocidos. Que les puede decir alguien, que para concluir la primaria limpió zahúrdas y baldeó volteos de un amable permisionario a quién le decía padrino, y no lo cuenta aquí para desahogar una pena, sino para decir que fueron los tiempos más hermosos que vivió en Tehuantepec, oliendo flores de índole diversa. Después a cambiar de atmósfera; de no ser por el internado de Puerto Ángel, donde le daban de comer y de dormir, este servidor de ustedes, solo hubiera ostentado en la vida un título de primaria, y en santas paces; pero acá no únicamente le ofrecieron de comer y de dormir, si no que hasta una biblioteca casi para él solito, donde conoció al Márquez de Santillana, Arcipreste de Hita, Gil Vicente, Jaime Gil de Biedma, José Hierro, García Lorca, Miguel Hernández y Pablo Neruda; esto hay que destacarlo porqué con Pablo Neruda conoció el mar que ya lo había visto, pero no lo conocía. Entonces ustedes saben que hacer dilectos detractores, hay que llenar nuestras casas de libros, llenarlas hasta que estos se salgan volando por la ventana; esa fue mi justificación cuando las tejas de la mía me preguntaron para que quería yo más libros, si con los que había era más que suficiente; a ustedes les va a funcionar mejor, por sus asignaturas de maestría, a ustedes les van a creer más que a mí.

La década de los noventa fue de estabilidad y logros. Inició en el noventa y dos con Erangelio Mendoza como Secretario General Seccional; como lo señala en una entrevista, con él tuvimos que enfrentar el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación, la descentralización educativa, la creación del IEEPO, la instauración de la carrera magisterial y la creación de organizaciones para destruir al movimiento y, al interior, los posicionamientos rampantes de los grupos y tendencias políticas, así como la corrupción. Pero salimos avante con la guía de diecinueve Principios Rectores, cincelados, a principios de los ochenta, sobre la roca de un ideario infalible y vigente. En el último año del ejercicio de Erangelio, el gobierno de Diódoro Carrasco coordinado con el municipal de Huatulco, encabezado por José Humberto Cruz, perpetraron, en contra nuestra, una represión salvaje e injustificada; la demanda central era rezonificación por vida cara e involucraba a todos los sindicatos aglutinados en la FSTSE. La intención, como medida de presión, siempre fue sólo manifestarnos frente al Aeropuerto localizado en el paraje denominado EL Zapote. Las autoridades locales, municipales y de bienes comunales, distorsionaron la información, hablando de un bloqueo indefinido, y de la toma de tierras para la construcción de una unidad habitacional del magisterio. Desde muy temprano, estuvieron embriagando a las personas que convocaron para contrarrestar la actividad, priistas en su mayoría y, casi al filo del mediodía, empezó primero el forcejeo y después el ataque con armas de fuego por parte de ellos. A los compañeros que buscaron refugio en las casas de ese asentamiento en ciernes, los fueron a sacar a palos y a tundirlos con golpes hasta hacerlos sangrar. No tuvieron consideración ni siquiera con las mujeres, a quienes arrastraban de los pelos y expulsaban a patadas y empujones del lugar. Aquí dejo esa nada grata remembranza.

La demanda de rezonificación se retomó y generalizó para todo el estado ya en el período de Luis Fernando Canseco; fue, junto con las de carácter social y político, el eje de un pliego petitorio presentado a nivel estatal y federal. Aquí la indefinición legal de la descentralización educativa funcionó como estrategia para que en ambos niveles de gobierno se echaran la pelotita. En esa circunstancia, fue indispensable compaginar movilizaciones en los dos ámbitos; para verificar que las asignaciones presupuestales por aumento salarial y las ordinarias, no fueran desviadas o desgastadas en otros rubros, como siempre se han hecho en Oaxaca, para fines ajenos al ámbito educativo, abandonado siempre, discriminado y vilipendiado por nuestro gobernantes. En un intento por frenar la corrupción al interior de nuestro gremio, el segundo Pre-pleno Democrático, acordó la incorporación del principio de revocabilidad o principio veinte, a los ya estructurados; habiéndose aplicado, en lo inmediato, a una representante a quien se le comprobó corrupción por venta de plazas. Este recurso es, porque no decirlo, un arma de dos filos, ya que también han recurrido a él los grupos políticos para saldarse cuentas y cobrarse facturas.

Nada es perfecto, exclamó el zorro cuando supo que, en el planeta del principito, no había cazadores, pero tampoco gallinas. No les puedo presumir de un movimiento perfecto, imposible; hay tasaciones, cobros de factura, imposiciones, liderazgos anacrónicos, prebendas, autoritarismo. No estoy levantando la tapa del baúl de Pandora; es la naturaleza de cualquier proyecto político, en cualquier parte del mundo y, el nuestro, no es la excepción. Pero hay, en el ánimo de muchos, la disposición para mejorar y mejorarlo; es el propósito, no podemos dejar que una historia escrita con el esfuerzo de los que ofrendaron su seguridad física, su vida, sus esperanzas, sea anquilosada por la acción deleznable de quienes no han sabido estar a la altura de la grandeza de nuestra causa común. Humberto Alcalá entró al relevo en el noventa y ocho; impetuoso, contundente, guío con tino al movimiento durante la primera etapa de su gestión; pero al término, engolosinado con el poder, se mantuvo haciendo gestiones paralelas, una vez que Enrique Rueda relevó a Alejandro Leal (la gestión más gris de todas) en el dos mil cuatro; su disputa, franqueado por Joaquín Echeverría y Miguel Silva, evidentemente, nunca tuvo por objeto corregir, al interior, las responsabilidades por corrupción que ya se le imputaban a Rueda y parte de su representación política. En resumidas cuentas, los dos oriundos de Laollaga, no pudieron resistirse al canto de las sirenas y se precipitaron en la debacle que trajo como consecuencia los hechos lamentables del dos mil seis. El debilitamiento de nuestra representación legítima, la concurrencia de la otra espuria, y la pugna electoral, fueron los factores que alimentaron las condiciones para que estallara la represión más sangrienta jamás habida en nuestro estado, imputable, no quepa duda, al tristemente célebre Ulises Ruiz y a sus colaboradores más cercanos. ¿La memoria de nuestra veintena de muertos a cambio de dos senadurías y diez diputaciones federales? Oaxaca derrotó al PRI, pero no ofertó, como ruin moneda de cambio, esta memoria. La pugna electoral y el reparto de espacios de poder obedecen a otra lógica, a las maquinaciones de una estructura económica casi invariable, arraigada en las prácticas aborrecibles que nos remiten a un pasado no tan próximo. El cacicazgo, las imposiciones, las disputas palaciegas son el motivo constante de lo antes expresado. En Oaxaca los pobres votamos para que los ricos nos chinguen y la plaga intelectualoide vocifere el reclamo de su ciudad aséptica, como espacio sólo para ellos, para las carnestolendas de sus desviaciones.

“No te muevas, dejemos hablar al viento, eso es el paraíso”. En la segunda parte de “Dejemos hablar al viento” novela imprescindible del uruguayo Juan Carlos Onetti, Santa María, equiparable a Comala en nuestra geografía literaria, cruza lo que pudiera ser El Río de la Plata, huyendo de sus miserias, calamidades y corrupciones. Esta ciudad amarilla y mohosa, considera posible, por la magia del traslado, desprenderse de sus personajes más perversos, entre los que destaca Medina el casi médico cínico y Larsen el proxeneta; pero reaparecen en Lavanda, que así se llama la nueva ciudad, potenciados por la aberración de sus irremediables taras. Larsen, sobrevive limpiándose sus gusanos de cadáver con un pañuelo. Aquí la antítesis caracterizada por el narrador: “La tentación de ser Dios, cuando es genuina, prefiere visitar a los muy pobres, a los desesperanzados, a los que no cayeron en la trampa de un destino ordenado”. Onetti y Rulfo no son nada complacientes, no es cambiándose de lugar como las cosas se corrigen y el poder es efímero. No podemos llevar nuestra vida a otra parte, la sociedad oaxaqueña tiene que darse la oportunidad de poder reencaminar su destino; pero no con la bajeza de campañas de odio, no con la flema del resentimiento rebotando en el pecho. Los oaxaqueños no queremos una vida cómoda, queremos una vida digna, sin élites de soberbia, donde nos podamos ver de igual a igual, sin discriminarnos por las apariencias, por el origen. Oaxaca es una entidad afroindia, donde la migración interna nos puso muy cerca uno del otro; sin exagerar, es muy probable que todos seamos parientes, o por lo menos compadres, o por lo menos vecinos. Echar por tierra las diferencias que nos alejan y construirle un túmulo a nuestras afinidades, para velar ahí por nuestros seres entrañables, es lo que urge: los que ya partieron y los que conviven con nosotros; padres, hijos, hermanos, alumnos, maestros, todos los somos.

Ah, esos días de Fresno, a la sombra de Arqueles Vela y Ermilo Abreu, inolvidables. Esos días de Fresno y de recorrer las calles de una ciudad babilónica, de encontrarme con un espíritu que ya jamás me abandonó para bien o para mal. De hacer amistades perdurables, aunque sólo en la memoria, de robarle al frío un hálito de tibieza y amar a una mujer incomparable en su valor. El “Retrato” de Patricio Manns me la recuerda con mucha frecuencia: “De amplia miel era su/corazón en agraz/y su boca locuaz/ como un viento fluvial/”. Días de instrucción en el aula, en el corredor y en la calle. Son las cinco de la tarde y todavía no se instala la asamblea, a este paso nos va a amanecer. Hay treinta oradores anotados, compañeros, con este número cerramos, e iniciamos la ronda. En esa comunidad, compañero, se comen las chicharras o cigarras como dicen que es correcto; no, no puedes permanecer ajeno al sufrimiento de esa gente, los niños llegan a la escuela descalzos, con la misma ropa todos los días; en realidad las chicharras no tienen mal sabor y los moradores de Peras festejan con alegría la temporada en que abarrotan los árboles del monte circundante; todo el año comiendo tortillas con chile; las chicharras son un manjar. Compañeros, vamos con el orador número quince, les pedimos que sean concretos y que hagan propuestas, compañeros. Salgo cada fin de semana a Miahuatlán, amigo, la comunidad donde trabajamos está más allá de Xanica, como a doce horas a pie, pero no hay más alternativa, mi hijo pequeño tiene intolerancia a la leche, y tengo que salir a conseguirle polvo de soya, mi mujer va para el año que no sale, ella es del Istmo y yo de la Mixteca. Una moción de orden compañeros, es importante que en su participación nos hagan saber sus propuestas, tenemos que avanzar, es importante, los compañeros esperan resultados, no están por su gusto plantados en el zócalo, actuemos con responsabilidad. Si mi padre regresa, lo voy a matar profe, hace muchos años nos abandonó y ahora, como si nada, quiere regresar, a mi me da mucho coraje porque mi mamá lo consiente, como si fuera poco el daño que nos hizo. Dióscoro: Compañeros, si Misael Núñez Acosta resucitara en este momento, se volvería a morir de pura vergüenza al ver nuestra irresponsabilidad, esta pugna sin sentido en que hemos caído por intereses mezquinos, los compañeros viajaron desde sus comunidades a cientos de kilómetros de aquí, pensando en que nosotros, a partir de un ejercicio responsable de crítica y autocrítica, ya hayamos resuelto esta problemática, arribando a acuerdos y nombrando, responsablemente, a nuestra nueva representación seccional. Compañeros, con el orador número treinta cerramos la ronda, al final los secretarios presentarán un resumen y, si hubiera necesidad, abriríamos otra, solo para precisiones y agregados. Son seis cadáveres, el camión rodó por toda la cuesta de Nochixtlán y fue a azotarse en un barranco, son de La Costa, de educación indígena, la maestra murió con ese abrazo porque protegió a su bebé, la niña sobrevivió, está custodiada en el ayuntamiento. Está muerto, las balas vinieron de allá, de ahí donde se ven esas personas que están al servicio del ayuntamiento de Santa Lucía, se llama Brad, es un reportero de Indymedia, magnífica persona, buen amigo, es una salvajada esto que le hicieron. Luis Fernando refutando a Manuel Hernández: este movimiento sabe a dónde va, tiene un destino cierto, este movimiento tiene como meta la democratización del SNTE y la democratización del país, así como la defensa de la educación pública y del patrimonio histórico, material y cultural de nuestro pueblo.

Cincuenta años de vida y treinta de pertenecerte. Te agradezco las goteras de mi techo, mis deudas persistentes, la precariedad de mi bolsillo, mi corazón lleno de lunas y mareas. Te agradezco haberme mantenido lejos de los sabios y cerca de los ignorantes, te agradezco mi ignorancia. Tac, tac, tac, la gotera persiste y es hora de abrirle paso a nuevos sueños, de escribirlos en el eslabón de la rutina con palabras nuevas. Es hora de dejar de amar para seguir amando. El mar me secunda, y la noche, y el canto de la cigarra que también persiste como la gotera. A veces tu amor es un poco amargo, a veces es amplia miel, como tu corazón urdido a mi piel de greda. Los años de Fresno se prolongan, me desbordan, no los puedo contener. Una cigarra. Una gotera.


5 comentarios:

Aprendiz de narrador dijo...

ORALE PRIMO SI ME MOVIO YO NO HE ANDATO EN TANTA LUCHA PERO LO POCO QUE HE PODIDO, AI STAMOS, PEFILICADES POR SUS MEMORIAS

Aprendiz de narrador dijo...

QUISE DECIR FELICIDADES PRIMAZO, HOY ES SU CUMPLE Y QUE DIOSITO ME LO CUIDE AUNQUE NO CREAMOS EN EL....

Fernando Amaya dijo...

Ahí estamos Primo, echándo pa´adelante. Un abrazo.

Aprendiz de narrador dijo...

Pa' lante pa´lante camina
no te detengas jamás
pa'lante pa'lante con fuerza

Aprendiz de narrador dijo...

Pa' lante pa´lante camina
no te detengas jamás
pa'lante pa'lante con fuerza