13.1.13

Aguachata

Nunca sabremos de que luna bajó "Aguachata", con su muñeco viejo y su perol desportillado. Caminaba las calles de Tehua, sin prisa, como si fuera dueña de un tiempo sin memoria. "¿Que haces, tú?", me pregunta con un dejo de curiosidad, "¿Qué tiene tu carro, tú?" Le duele la muela, respondo; "pendejo, llévalo al dentista" exclama, como anticipando la respuesta. Un reloj descompuesto movía la rutina de Aguachata; por eso, la dirección y la hora de su llegada eran impredecibles; más en la vieja vitrina permanecía constante una jarra de arroz molido con canela, que era el festín de su preferencia, así como un pan o una tortilla con frijoles y queso. Nadie sabe a que edad se le quebró el entendimiento, para muchos tal vez su figura peculiar siempre fue una sombra intrascendente, un registro anodino en el espacio de la prisa y las urgencias. Pero hoy llega a mi mente, con otros recuerdos, la memoria de un ser que vivió ( o vive) sin la aprehensión de las formalidades y las obligaciones; ¿qué se le podía pedir que no fuera la mano para el taco o el perol para la horchata? tal vez estas acciones para ella tenían un significado distinto; tal vez, en su extravío, la gratitud modificaba un poco su vida sin esperanza, y le daba un sesgo a la virtud de los seres que no entendemos la cordura más que de una sola manera. En fin, Aguachata, ahora no es a mi carro o a mí a quienes nos duele la muela, es al tiempo y a la vida, y no hay mecánico o dentista que lo pueda remediar.

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