2.9.14

Pochutla: el peregrinar de una canción

La obra de Don Luis Martínez Hinojosa gravita esas madrugadas del terruño que López Velarde consigna en su poema insignia La Suave Patria. El color provinciano, la sabiduría proverbial de nuestros ancestros, viven en esos textos memorables que don Luis ha vaciado en su poesía y en su canto vigoroso y único. Sin duda alguna, Don Luis fue madurando la calidad de su poesía con un ejercicio constante de lectura y escritura, apropiándose de un conocimiento sólido y diverso para alimentar la materia sensible de su verbo pundonoroso y solemne. Es tan vasta su obra, que resulta un poco arriesgado el querer abordar la totalidad de ella, por lo que haremos referencia, en un primer momento, a la Canción de Pochutla y, posteriormente, a algunos de sus poemas y canciones más populares y celebradas. “Para cortar a la epopeya un gajo”, hago referencia a una canción extraterritorial con respecto a la Región de dónde es oriundo Don Luis Martínez Hinojosa. “Me invitaron a Pochutla para conocer sus flores” empieza Don Luis a pretextar su elogio a una región rica en matices de milagrería, a una Villa que concentra toda la actividad comercial del área Este de la Costa Oaxaqueña. A invitación de personas honorables de Pochutla, Don Luis hizo el largo recorrido desde la Región del Istmo hasta la Región de la Costa, pasando por la los Valles Centrales, como se acostumbraba antes, por no encontrarse todavía en servicio la carretera costera que comunica a Salina Cruz con esta área de la Costa Oaxaqueña. Un trayecto de poco más de 12 horas, sobre un tramo de terracería accidentado y peligroso, el que cruzaba la Sierra Sur, desde Miahuatlán hasta las proximidades del litoral del Pacífico. No obstante los riesgos del viaje, Don Luis encontró un panorama subyugante al atravesar la Sierra Sur, un mundo de sensaciones se abrieron ante sus ojos al percibir el aroma de esa floresta tamizada por las altas copas de los oyameles y los pinares, que proyectan sus conos arbóreos hacia las nubes, entre la fresca caricia de la niebla. La proeza de aquel panorama alentador y la cordialidad de quienes lo invitaron a traernos su arte fino, impactó el alma sensible de nuestro trovador quien, seguramente desde esos altos miradores, empezó a acrisolar el material poético que dio lugar a una canción legendaria e irremplazable: La canción de Pochutla. A la altura del Portillo del Rayo, como al trasponer el umbral de un templo enorme, se abre a los ojos del viajero el panorama exuberante y llamativo de la Costa Oaxaqueña, el aroma inconfundible que derrama está selva casi perenne, la tibia caricia del aire marino y la sensación de ir bajando de un lugar muy próximo al cielo, provocan en el ánimo el deseo de celebrar tanta magnificencia. Presa de ese estado de gracia, Don Luis Martínez Hinojosa hilvanó el hilo de una canción sobre la, un tanto melancólica, textura de la tonalidad menor; canto que recoge en delicados versos las impresiones del poeta en el transcurso del viaje que lo trajo a este territorio de enhiestos cafetales alentados por la caricia de la brisa marina en su afán de prodigarnos el estímulo de una bebida que mucho tiene de magia y de conjuro. Desde esas alturas emblemáticas, a la manera de Dante y Virgilio, Don Luis Martínez Hinojosa es interrogado Por el Apóstol San Pedro respecto a su destino y misión, él refiere que viene a Pochutla a cultivar y a cortar una flor para llevarla a su tierra de origen; el símbolo de la flor está referido a la belleza de nuestras mujeres costeñas, pero también es una flor de amistad cuyo cultivo es propicio en el alma de los seres sensible que, como Don Luis, no escatiman esfuerzo ni tiempo para darse a plenitud en el producto fraterno de su arte. Esa flor es también una canción intemporal que hace honor a la cualidad imperecedera de la nobleza humana. Después de una introducción melódica ya característica, Don Luis empieza el canto con su hermosa voz de barítono, sobre el despliegue armónico de la tonalidad de La menor, a ritmo de un son costeño guiado por la base rítmica vivaz del compás de seis por ocho. El encomio a Pochutla se escucha como no se podrá oír en otras interpretaciones, porque ahí habla un corazón motivado por la poesía que nuestra comarca desplegó ante sus ojos. Después de las primeras coplas y el estribillo, el tema abre un puente melódico, para dar paso a otras dos coplas bastante emotivas; con la primera Don Luis saluda a Puerto Ángel, un lugar legendario que posibilitó los embarques de café durante el auge de este hasta mediados del siglo XX; nuestro trovador, enamorado del mar, no podía haber dejado fuera una alusión a la cercanía de este, a su brisa alentadora que seguramente disfrutó en su estancia por estas tierras. La última copla es de una profundidad tal que es inevitable no sentir su peso en todo el desarrollo del canto; habla de la muerte ritual, en este caso del deceso de la flor, ¿será que, en la conciencia del autor, estaba ya la idea de que todo lo que habrá de perdurar primero tiene que morir? ni dudarlo, Don Luis fue un hombre de fe y de principios, y su sabiduría delineó, en este tema, la noción de la durabilidad de lo entrañable, a pesar de la muerte. Se agotó la espera en los tiempos de la flor, pero murió para legarnos un tiempo y un espacio ya invulnerables. Gratitud mueve a gratitud, y los pochutlecos de buena cuna debemos honrar la memoria de un hombre al que no le importó viajar de un extremo a otro de nuestro estado, en un itinerario atractivo por el paisaje, pero riesgoso por las condiciones del camino, para traernos como presente a una canción de inimitable manufactura. Él llegó, con su guitarra bohemia, a estos lugares, no a buscar fama ni fortuna, sino a compartirse con nosotros en esa experiencia que es alimento del alma, su poesía que exalta el mérito de nuestras tradiciones, y su música, de honda raíz festiva.

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