4.5.10

Glosa para Hebert Rasgado







Hace algún tiempo entré aquí para estar más cerca de ti, Hebert. Vi la puerta abierta y dije aquí es, aquí está. Escuchar tu voz otra vez, sentir el ajetreo de tu guitarra, fue para mí un indescriptible momento de alegría. Así como cuando echaba a andar para ir en tu busca, por rumbos de la terca bohemia, y nos pasábamos las horas conversando, echando cuento y compartiendo las canciones nuevas que salían de tu noble corazón. Hablábamos también de la situación política de nuestro estado, sin aspavientos, sin alardes; siempre fuiste muy cauto a la hora de externar tus puntos de vista, pero manteniendo tu posición indeclinable, al lado del movimiento social que culturalmente promoviste, y que, a la postre, fue traicionado, sólo por sus dirigentes. Nuestra gente sigue ahí, Hebert, el pueblo, con una gran expectativa de futuro; su corazón, así como el tuyo, no está en venta, es grandioso, tiene un valor inapreciable. Ellos te siguen escuchando con especial afecto, a mi me consta; preguntan por ti, hacen memoria de tus recitales y presentaciones y, sobre todo, de las ocasiones en que departiste con todos a la sombra de un espacio arbolado, o con todas las estrellas encima, arropados en la calidez de una noche costeña, y por qué no decirlo, a la luz de los mezcales suficientes, para emprender la enésima velada sin más tardanzas. Pero un día esa velada te extrañó y todos, consternados, tuvimos que aceptar la dolorosa evidencia de tu ausencia física. Y, compadre, fue muy duro, me cae: tan duro que llorar es lo más natural cuando tu recuerdo nos avasalla como una inmensa mano de afecto. Ya me voy, no es pesimismo, todo puede ser menos eso; pero aquí ya están listas mis maletas, para cuando me toque seguirte. Voy a partir tranquilo, como si se tratara de ir a buscarte a los lugares donde era obligada tu presencia, ahí donde nunca hubo envidia, ni rencor, ni engaño.

No hay comentarios.: